¿Cómo se puede abordar esta cuestión? Seguro que desde muchos ángulos. Pero tal vez sea desde algo tan esencial como es la libertad de pensamiento la manera más sensata de hacerlo en una sociedad altamente politizada, instrumentalizada por las ideologías y peligrosamente polarizada y enfrentada. La diversidad lingüística, algo tan natural de los pueblos, sigue siendo motivo de desconfianza y de conflicto entre los políticos y entre los ciudadanos. Hace pocos días presencié en redes sociales como una persona que utilizó la palabra amatxo para referirse a su madre desató las iras de un usuario que de manera grave a través de sus comentarios la descalificó, la injurió, fue contra su honor y la tacho de defender el terrorismo. El grado de impunidad, de sinrazón y de intolerancia fue brutal. Y no es un caso aislado. Se están normalizando exaltaciones de odio contra ciertas lenguas que se hablan en el Estado español. La riqueza cultural y lingüística es un tesoro. Es preocupante cómo da tanto miedo desarrollarla, preservarla y usarla nada menos que en un Parlamento donde estamos representados todos los ciudadanos y ciudadanas. Cuando la riqueza lingüística se reprime de manera institucional, viéndose como algo que no procede, muchas cosas están fallando en un Estado, entre ellas la libertad de que nuestros políticos se puedan expresar en la lengua que se habla en sus Comunidades Autónomas. Una democracia no se afianza negando que en el Congreso se de la posibilidad de que todas las lenguas se escuchen.