¡Hasta aquí hemos llegado! Gritó Casado con la energía de un tenor de Bilbao… El amor entre Pablo y Santiago, cual rocío mañanero, se disipó al primer desnudo de mascarilla. Los ujieres corrieron a abrir ventanales, no por algún episodio producto de apretón incontrolado, sino para evitar que la onda expansiva dañara las cristaleras… Santiago -decidido a morir con una flecha en el pecho y no en el culo- intentaba el reagrupamiento del trío de Colón, pero era misión tan quimérica como un aumento en las pensiones. Su cara era la del escéptico portero patoso al que acaban de meter gol entre las piernas. En realidad, con su discurso estólido y trumpista, puso el listón tan bajo que lo hubiera saltado un caracol tullido. Sus infortunadas alusiones a Europa, China, inmigrantes y señorías parlamentarias -a las que calificó de “mujeres florero”, entre otros desbarros- ahorró el innecesario debate sobre su sagacidad política. Otro Santiago (el Apóstol) dicen que dijo que la fe sin obras es una fe muerta. Pablo, recelando de una raposa con dos rabos, puso mucha fe, ganó en elocuencia y no cayó en el cepo, pero aún faltan las obras… Conviene recordar quién le entregó Andalucía, Madrid y Murcia. El caso es que, en medio de la peor crisis sanitaria y económica, el extremismo radical está atascándolo todo, haciendo perder un tiempo valiosísimo para otros cometidos más apremiantes. ¿Ruptura, ma non troppo? Veremos…