No todas las madres quieren incondicionalmente a sus hijos. Uno no se da cuenta súbitamente, es progresivo, lento y doloroso. La cortina que cubre tus ojos y envuelve tus sentimientos se deshilacha poco a poco. Y entonces lo ves: las silenciosas condiciones impuestas por tu madre para quererte. No contradecir, no opinar en la mesa, no estar triste, mostrarte siempre disponible, seguir este camino y no el otro, querer a quién yo diga, adelgazar, fingir que no escuchas mis desprecios, ignorar que mi marido te detesta, tratarlo con respeto, aunque él no te lo tenga, informar de cada paso que das, justificar tu tiempo de ocio, soportar mis borracheras, entender mi sufrimiento, que es superior al tuyo. Y lo haces, aceptas las condiciones. Prefieres que una madre te quiera mal a aceptar que tal vez nunca haya sabido quererte.