Agobiado uno como está por el dichoso virus hay noticias que nos devuelven la alegría y la autoestima. Bilbao, el mejor sitio para nacer, será la primera ciudad mayor de 300.000 habitantes que impondrá a los molestos automovilistas el límite de 30 km/hora para circular por todas las calles. Y a uno le entusiasma el hecho en sí de que seamos pioneros. El resto de ciudades de nuestro tamaño o superior, si cabe, no han debido caer aún en la cuenta de los grandes beneficios y pocos inconvenientes de tan excelente medida. El mundo nos observa. Pero como todos tenemos un puntito ácrata y negativo uno se pregunta cómo lo vamos a hacer para controlar su cumplimiento, si se va a aplicar, por ejemplo, a los cientos de furgonetas de reparto que suponen una parte muy importante del tráfico o a los taxis... Va a ser un espectáculo que contemplaremos desde nuestras bicicletas, desde el bus o haciendo running para ir al curro porque así lo dice el señor concejal del ramo. Nota poco importante: Ya de paso sería políticamente correcto para la optimización de los aparcamientos que se supriman todos los vados junto a edificios oficiales, consulados y demás privilegiados. Que usen también ellos la zapatilla, la bici o el transporte público. Todos iguales ante la ley y las normas.