La ciudadanía tradicionalmente ha tenido gran respeto por los así llamado “hombres de Estado”. De Gaulle, Roosvelt, Fidel? Pero actualmente sus perfiles han perdido “lustre”. En España podemos enorgullecernos de contar con políticos que han hecho de la corrupción su medio de vida. Rajoy tuvo que dimitir negando ser corrupto a pesar de las evidencias. Rodrigo Rato huyó de director del FMI al descubrírsele operaciones fraudulentas, aunque Aznar le recuperó nombrándole presidente de Bankia. Ahora descansa felizmente en prisión. Felipe González tuvo el honor de fundar el GAL organizado por el estado. Susana, “mujer de Estado” de Andalucía, que perdió las elecciones por estar al corriente de los ERE. Miguel Sanz, presidente de Nafarroa, distribuyéndose dietas falsas y beneficios ficticios entre los miembros de su mafia. Yolanda Barcina, su sucesora, tuvo que devolver dietas que no justificó. Miguel Blesa, anterior presidente del Bankia, que en gloria esté, quien, junto con sus amigos de timba implantaron las tarjetas black... Pero este cuadro de honor no es exclusivo de España. En él también tienen espacio “piezas” como Donald Trump, peligroso yonki del poder que acumula excentricidades. O Matteo Salvini, el “héroe del Mediterráneo”, que ironiza sobre el canallesco espectáculo al ahogarse niños y embarazadas que tratan de cruzar al mar en embarcaciones de juguete.