Pues ya está, ya hemos votado, en democracia. Se jugaba, nos jugábamos, unas elecciones importantísimas, no solo ya por hecho de elegir un nuevo Parlamento, con aquellas y aquellos que queremos que nos representen, así como igualmente por el hecho más que real de que una extrema derecha, con su parafernalia detrás, consiguiera unos resultados que eran para echarse a temblar para las y los que creemos en democracia. El parlamento resultante de estos comicios nos hace creer que todavía quede esperanza. Las urnas han hablado y, pese a todo, parece que se podrá vislumbrar un gobierno esperemos progresista. Las distintas fuerzas políticas hacen sus particulares análisis, ya sea de su triunfo o derrota (alguna catastrófica), pero que, sin embargo, no parece hacer ninguna autocrítica. La culpa es del contrario siempre, aunque vistamos la misma chaqueta y, eso sí, avisando de que todavía pueden venir las siete plagas de Egipto si gobiernan los malos malísimos. Las fuerzas ganadoras y aquellas otras, que pueden sumar para conformar un gobierno estable, harían bien en escuchar el mandato de las urnas y no dejarse llevar por aquella u otra presión para los intereses de unos pocos, y no por el interés general. Pudimos ver en la larga noche electoral, unos cánticos y gritos de militantes y simpatizantes de cierto partido. Estamos en el buen camino de la democracia. No lo torzamos, por favor, porque a la vuelta de la esquina nos esperan de nuevo las urnas.