El estruendo procesional, bajo agua y granizo, enmudece ante el lío montado de fechas y lugares debido a los dichosos debates. No me entusiasman, pues nada clarifican. Más bien mueven al denuesto, la añagaza o la malevolencia. Son la versión repetida de lo ya padecido en campaña electoral. Me atrevería a asegurar que la mayoría de ciudadanos conocemos el grado de decencia de cada predicador y su ideario. Por lo tanto, la tierra no es plana, el tocino no es de oveja, sí es afirmación y no es negación. Ganar o perder un debate no demostraría ser mejor o peor próximo gobernante. ¿Basamos el futuro de un país en alguna frase ingeniosa, desafortunada, más rápida o graciosa? La corrupción y polución política y judicial hace tiempo que son comadreo tras nuestras fronteras. No avanzamos. Al final se hará lo que se deba, aunque quizá se deba lo que se haga. Sánchez tiene un millón de argumentos para tronchar la tricefalia. Los disparates y secuelas del mandato Mariano son insuperables, y sería irrazonable regresar a aquellos subterráneos.