El otro día, en la plaza de Moyúa, tuve la fortuna de presenciar la siguiente escena: un señor mayor de pelo cano y elegantemente vestido andaba remirando discretamente por entre los bancos que rodean la fuente de la plaza. Cuando pasé junto a él pude advertir cómo se le acercaba amablemente el jardinero de la plaza y le preguntaba: ¿No estará usted buscando una máquina de fotos? Al hombre de pelo cano se la alegró el rostro y, con un marcado acento argentino, le respondió agradecido: en efecto, señor, creo que la he perdido por aquí. Entonces el jardinero de Moyúa, con un tono que reflejaba el final feliz de toda bella acción, le explicó con sencillez: la tengo yo. La encontró hace un rato una señora mayor y me la ha entregado por si aparecía su dueño. La tengo allí, en la carretilla.
Fueron ambos hacia la carretilla que descansaba bajo un arbusto y, cuando al regresar se cruzaron conmigo, pude oír algunas de las palabras con las que el argentino de pelo cano se despedía del jardinero: les estoy realmente muy agradecido. Desde que llegué a Bilbao no hago más que encontrarme con gente maravillosa.