Madrid, diciembre del año 2005. Iba sentada junto a él en un bus que avanzaba, contra la lluvia y el frío, por la Castellana: "Señor Alexandre, ¿me permite una pregunta?". "Claro, hija". "¿Qué consejo me da para esta profesión?". Y con su sonrisa cálida y su mirada tierna, sin conocerme de nada, me respondió: "Trabajo hija, mucho trabajo, y sobre todo, mucha suerte". Uno de los recuerdos más emotivos de toda mi vida. Y la razón por la que peleo cada día por hacerme un hueco en esa industria en la que cada vez van quedando menos genios.
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