La constitución de los ayuntamientos el pasado sábado ha abierto la senda de heterogéneos pactos postelectorales a la búsqueda de fórmulas diversas de gobernabilidad. Pero esta vez el clima preelectoral conduce a poner el acento en las tendencias que cabe atisbar tras los mismos. Y en realidad cada formación política ha tratado de marcar su propia estrategia, proyectando sobre la votación para la designación de alcaldes y alcaldesas su mensaje hacia los potenciales votantes del próximo 23 de julio.

En clave de política vasca, y ante el previsible escenario estatal de un gobierno central presidido por Feijóo y con apoyo (externo o en coalición) por parte de la extrema derecha representada por Vox, cabe preguntarse cómo se articularán futuras alianzas de gobernabilidad entre formaciones políticas vascas. Parece quedar lejos ahora el mes de mayo de 2024, cuando previsiblemente, y junto a las elecciones europeas, elijamos a nuestro setenta y cinco parlamentarios y parlamentarias que a su vez designarán a nuestro lehendakari, pero es el momento idóneo para reflexionar sobre ese futuro político.

Al tratar de resolver la compleja ecuación de potenciales pactos cobra protagonismo la construcción argumental del filósofo quebecois Charles Taylor, que se refirió a un mecanismo muy presente en los momentos de auge del independentismo en Québec, que él denominó “la alianza de neuróticos” y que consiste en que los sueños de unos son las pesadillas de los otros.

Según Taylor, en este mecanismo cada parte actúa inconscientemente sobre los temores del otro. Las dificultades para lograr un acuerdo proceden de que no se ha abandonado una dinámica en virtud de la cual cada uno teme que cualquier cesión sea utilizada por el otro para avanzar hacia un objetivo que conduce a su autodestrucción, que le anula como interlocutor libre. La pregunta clave ante esta cuestión tan sugerente es, ¿cómo superar ese miedo que atenaza cualquier avance?

Un buen pacto es aquel del que los interlocutores resultan fortalecidos. Y eso, ¿cómo se construye? Por supuesto que la confianza ha de ser bien entendida y comienza por una decepción bien aprovechada. Toda confianza se construye desde la experiencia de una desconfianza anterior.

Si analizamos el pasado (afortunadamente ya superado, tras los años de plomo y violencia de origen político), todos conocemos las estrategias de la “acumulación de fuerzas” (las hubo en dos versiones: nacionalista o constitucionalista). En ese pasado (y la clave es analizar si el contexto actual conducirá o no a similares derivadas) siempre se ha materializado en Euskadi un resultado: quien ha jugado a esta carta de la acumulación ha favorecido el crecimiento de los adversarios (para los nacionalistas la experiencia clave es el declive que se inicia tras la concentración de Lizarra; para los constitucionalistas, la fracasada ofensiva del 2001); en ambos casos, tales apuestas de acumulación tuvieron efectos de autodeslegitimación y de retracción en el electorado potencial.

¿Hay margen o lo habrá en un futuro no lejano para romper esta dinámica con alguna estrategia de acuerdos o pactos novedosa? Sí, si se hiciera superando la estrategia de confrontación entre fuerzas políticas que puede encontrar puntos de encuentro que favorezcan nuestra construcción nacional. Ni contra nadie ni frente a nadie. ¿Por qué unos determinados pactos se califican como “excluyentes” en razón de las formaciones políticas que los suscriben y otros parecen responder al “orden natural” de las cosas?

Para abordar una nueva etapa en el autogobierno vasco cabe proponer que se tengan en cuenta tres principios que en sí no son toda la solución, pero que sin duda la facilitarían: innovación institucional, constitucionalización del autogobierno y respeto a la voluntad popular. El primero, el principio de innovación institucional debe responder a la evidencia de que el actual modelo de relaciones es antiguo y unilateral. Es necesario proceder a su revisión de acuerdo con criterios de funcionalidad y eficacia, pero sobre todo utilizando nuevas categorías que permitan una solución original. Con los viejos conceptos políticos y sus instrumentos jurídicos este acuerdo sería sencillamente imposible.

El principio de constitucionalización del autogobierno vasco supone dar un salto que permita, a la vez, reconocer plenamente el carácter constitucional de nuestra singularidad y la incorporación del nacionalismo vasco al consenso constitucional.

Y el principio de respeto a la voluntad popular exige un ejercicio de sinceridad y realismo para que tal respeto sea efectivo, un compromiso que podría convertirse en una fórmula útil para orientar las decisiones políticas. Aquí podría radicar el primer paso hacia una verdadera transición.