Los que me conocen, dentro y fuera de la profesión, saben de mis reparos a escribir sobre el Athletic. Mantengo mi afición dentro del forofismo y desconfío de mi capacidad para hacer lecturas razonadas cuando mi equipo está por medio. Soy de los que no han ido nunca a un palco –teniendo ocasión– porque en San Mamés no quiero obligarme a mantener las formas hieráticas que exige el protocolo. Yo siento y padezco. Y me abrazo a los socios que comparten tribuna conmigo desde hace años o despotrico, si es menester. Pero admito que, a veces como hoy, trafico influencias en los espacios de comunicación que se me brindan para sacarme espinas, frustraciones o emociones.
Hoy toca. Y tengo el doble pecado de que ya dediqué un pequeño apunte a la despedida de Óscar de Marcos cuando no lo hice con otros a los que también reconozco méritos. Pero el adiós al capitán silencioso, al líder tranquilo, a uno de esos referentes que te reconcilian con el sentimiento athleticzale –magnificado a veces hasta el absurdo en pugnas de sociedad opulenta–, debe de pillarme sensible.
No echaré de menos un título europeo que soñamos sin estar en la agenda al inicio de temporada, como no lo debe estar en la del sentido común del año que viene –la de las ilusiones es libre–. Tampoco los dos meses de ausencia futbolística que aportan una sana desintoxicación. Pero a este chaval de Gasteiz, al que no tengo el gusto de conocer personalmente, sí. Ya le echo de menos desde que volvió a dar una lección de humilde grandeza en el adiós. Una humildad que desearía contagiosa. Algunos son –somos– demasiado autocomplacientes al cantar ‘Athletic gu gara’ sin aportar nada. A mi juicio, Athletic bera da.