Conste que no me va a dar por encabezar autos de fe contra la tecnología, aunque al final de esta columna lo parezca. El horizonte aterrador que sugiere su titular está inspirado por el título adaptado de la película protagonizada por Charlton Heston de 1973 Cuando el destino nos alcance, basada en la novela de 1966 de Harry Harrison ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! Antes de que la amable audiencia concluya que he sucumbido a la pedantería cultureta –que igual también– les aviso de que esta es seguramente la primera novela que describe la distopía de un mundo saturado de personas, sometido al sobreconsumo y al calentamiento global y lo sitúa en esta década.

Ya me dirán luego si el bueno de Harrison se equivocó en el diagnóstico mucho más que por el hecho de que –hasta donde sabemos– la sobreexplotación y la contaminación no nos ha llevado aún a alimentarnos con un producto –soylent green–, elaborado a base de humanos.

Lo que de momento sí estamos consiguiendo es la sobreexplotación que conduce a la carencia y el exceso de consumo. Hemos hallado en el desarrollo tecnológico un aliado inmutable ajeno a las consecuencias de nuestra ansia de consumo y satisfacción más trivial. Son hechos acreditados e incontestables que el consumo de energía para la fabricación de microchips con los que saturamos incluso las herramientas más superficiales –desde hacernos un café abrir las ventanillas de nuestros coches– de nuestro día a día es superior al de prácticamente cualquier otra actividad industrial o que el gasto incontenible de recursos hidricos –agua, hablando en plata– que exigen los grandes centros de datos desborda la capacidad natural de regenerarlos. No por estar llenos de soluciones a los problemas de nuestro tiempo sino de fotos de vacaciones y vídeos de Tik-Tok. Progresamos adecuadamente hacia la extinción.