Hay motivos, más que sobrados, para que los campus universitarios sean escenario de acciones de solidaridad con el pueblo palestino sometido a acoso y derribo en Gaza. Debería haber, además, una responsabilidad ética –dignidad incluso– que contenga la tentación del uso partidista y maniqueo de la tragedia humanitaria. Lamentablemente, no han sido capaces de imponer esa responsabilidad sobre su habitual estofado de bajos –es decir, mensajes de baja estofa– quienes poco menos que asocian con el terrorismo de Hamás a los que protestan. No negaré que eché de menos de muchas de las organizaciones convocantes el mismo rigor, compromiso y reacción horrorizada ante los atentados yihadistas que sirvieron de detonante –y excusa– para la barbarie militar israelí. Los que no queremos elegir asesino de cabecera tenemos derecho a condenarlos a todos pero lo que toca ahora es parar el crimen que se está cometiendo de modo sistemático y constante y no justificarlo con el que cometieron otros hace siete meses; ni viceversa.

Se prepara un gesto que se antoja simbólicamente inútil en forma de reconocimiento de Palestina, un país que aún no existe. Dejará muy satisfechos a sus promotores, cohesionará al Gobierno del Estado pero no tendrá más valor que el reconocimiento que ya hicieron hasta nueve estados europeos en décadas anteriores. Cuatro más o menos no van a volcar la balanza pero se impone la exultante nadería del gesto. Cuesta a muchos diferenciar entre el genocida gobierno liderado por Netanyahu y toda la población israelí, sus instituciones científicas y educativas, empresas y sociedad civil. Así que se propugna con excesiva alegría su arrinconamiento, el ostracismo y la condena de todo lo que se asocie a la estrella de David, inconscientes de cuánto se acerca eso al puro racismo y a cosas peores. Porque hay una obligación moral de salvar a los palestinos del horror y darles su libre determinación pero esta no puede quedar en manos de quienes prescriben a su vez el genocidio del otro bando. Y el riesgo de que esto ocurra, de que ambos lados sigan en manos de los prescriptores del odio que les han arrebatado sus vidas y engordado su poder con sus muertes, nos arrastra a todos.