EN vísperas del Aberri Eguna de ayer se descolgaba Arnaldo Otegi con una de esas frases redondas aunque no coherentes con la prédica de toda una vida. Al coordinador de EH Bildu la independencia le parece hoy un objetivo a acometer “sin ansiedad” y “sin prisa”, acorde al perfil bajo de su discurso soberanista en vísperas electorales en las que aspira a absorber a los desencantados por la división de la izquierda española. No hace falta recordar los tiempos en los que “el autonomismo” era despreciado por los mismos que ahora se pirrarían por colocar a Otxandiano como presidente de “las Vascongadas”, pero la oferta de la coalición en materia de construcción nacional se ha demostrado inmunodeficiente o directamente hipocondríaca: se contagia de lo que le tose el que más cerca le queda en cada momento o, al menos, reproduce sus síntomas.

Así, en 2017, Otegi llevaba un año aplaudiendo el proceso de Catalunya y proclamó –coincidiendo con los 15 minutos que estuvo en vigor la declaración de independencia interruptus del Parlament– la construcción unilateral de la república vasca a imagen de la catalana. El shock de ese fracaso y la división del movimiento independentista catalán rebajó el pistón y, para 2021, Otegi ya se dejaba decir que había que aprobarle los presupuestos a Sánchez por el bien de la independencia –pongan aquí un emoticono con los ojos muy abiertos–. Lógicamente, a la unilateralidad la sustituía en su discurso una confederación de la CAV y Navarra entre sí y... ¡con el Estado! Hace unas semanas, Otxandiano se fue a Irlanda y, al calor del Sinn Féin y como éste señala a 2030 para lograr la reunificación irlandesa, él se pidió esa fecha para el nuevo estatus vasco. Pero sin aclarar si será un estatus independiente o mediopensionista porque dependerá de con quién se cruce antes. Esperemos que no sea Putin, porque algunos dicen que va ofreciendo tropas liberadoras.