Sortu, qué sincero
LEO con interés los extractos del Plan Político 2023-2024 que Sortu traslada a sus militantes. Me gustan especialmente los toques de retórica mendizale de campamentos base y ascensos hacia la república vasca. Me aburren más los toques decimonónicos que dividen el mundo entre los progresistas –o sea, ellos– y los reaccionarios. Suena viejuno hasta a los que vamos para viejunos. No puedo evitar media sonrisa ante su adanismo de pretender, en 2023, “articular desde hoy el sujeto político y construir las bases materiales y simbólicas de nuestra soberanía”. Es una enmienda a la historia del nacionalismo vasco, que los de Arkaitz Rodríguez parecen pensar que nace con ellos. Oiga, no. Resulta que las bases materiales y simbólicas del soberanismo vasco van para 130 años, ondean en las instituciones construidas desde la práctica política y han crecido en este tiempo de la mano de los jeltzales que ayer se citaron para insistir en ello en Foronda.
Sortu silba mirando hacia otro lado ante esa herencia porque tendría que asumir la suya: la izquierda radical independentista no sale en ninguna foto de la construcción nacional vasca, institucional ni simbólica, ni ha aportado iniciativa de autogobierno en ninguno de los herrialdes de su recién descubierto modelo “confederal y asimétrico”, asimilado tras décadas de baño constante de realidad y fracaso de la estrategia del dolor.
Pero también hay sinceridad en el plan bianual de Sortu: su objetivo último es la acumulación de poder. Los parámetros de su modelo transformador no están descritos más que como un boceto desganado en cuatro trazos de articulación de país, pero, el procedimiento, en la vieja tradición revolucionaria, sigue siendo la unilateralidad. El proyecto de escalada que propone, sin los crampones de la legalidad y la mayoría democrática, ya patinó y yace congelado en un glaciar extinto del Pirineo catalán l