CREO que es una batalla perdida la de ganar a la opinión pública para la causa de la política entendida como servicio público. El reduccionismo argumental se maneja entre la sospecha que suscita todo el que aterriza en la gestión pública y el reproche cuando se produce su regreso a la actividad privada.

Hacer ruido se ha asentado tanto en el imaginario colectivo que los únicos que no tienen que escuchar que su retorno a la actividad profesional privada con puertas giratorias son aquellos que no tienen intención de salir de la política y la administración y quienes llegaron a cargos públicos desde una carrera en ellas o en la docencia, a la que siempre podrán volver.

Cuesta sostener que los procedimientos ya establecen mecanismos de regreso desde la actividad pública. Una puerta giratoria de lo público a lo privado es el fantasma que persigue a todo profesional que aterrice en una empresa. Se alimenta la sospecha a posteriori: o bien ha llegado ahí porque ha favorecido antes a esa empresa, o va a aprovecharse de su influencia en la administración en favor de esa empresa.

Esta estrategia de reproche se aplica siempre a los cargos ajenos. En este país hemos tenido y tenemos cargos públicos en ayuntamientos, instituciones forales y Gobierno de todos los partidos y perfiles profesionales. Todos han llegado y la mayoría se han marchado. Pero la puerta giratoria siempre es un reproche al otro: el camarada es altruista; el rival político no es brillante, sino sospechoso. La clave del escarnio es cuestionarlo todo, incluyendo las medidas de control. Así no hay dónde parapetarse. Todo es un fraude, todo es clientelismo. Los mediocres no tenemos ese problema porque no se nos disputan las empresas ni el sector público. Y podemos ver puertas giratorias y no una escala de cualidades ajenas que no alcanzamos. Eso da una paz de espíritu...