PARA este próximo ciclo electoral que tenemos por delante hay partidos con una coralidad digna de cualquier orfeón. Ayuso le dijo esta semana panchamente a Alsina que con la “excepción ibérica” el precio de la luz sigue subiendo. Al periodista, acostumbrado a casi infartar con la presidenta de la Comunidad de Madrid, como cuando le soltó la teoría de lo mal que se llevaban los techos altos y el covid, le sobrevino otro miedo atroz por lo que estaba gobernando la región más fuerte de todo el Estado. No en vano, después de escuchar a Rajoy preguntando por la “nacionalidad europea”, el hombre es llegar a los estudios un representante del PP y tomarse una aspirina porque a tripis ya van ellos. Por su lado, un Feijóo al que se le nota atribulado ya ha batido el récord de incumplir las expectativas que se esperaban de quien siempre fue algo muy venerado en el PP y hasta en fuera de sus filas. Ni todo un narcoyate pudo hacer frente a sus fortachonas cuatro mayorías absolutas pero Génova no es Ribadeo. Y el mejor alcalde de Galicia no es el presidente del PP. En cinco meses, se ha convertido en el suflé más rápido de bajar de la historia política española del nuevo siglo. Porque si es ahí donde uno realmente echa los dientes, a Feijóo, lo que le queda de gigante son los pasos a los que va empequeñeciendo aunque le sonrían las encuestas. Ha sido anunciarse ciertos acercamientos de presos de ETA y empezar a salirle espuma por la boca repitiendo los viejos hits de Cayetana, Casado e Iturgaiz y mira que ‘Txapote’ siempre abjuró del acercamiento desde su prisión francesa porque solo pensar en dormir en una cárcel española le provocaba unos zarpullidos tan terribles que todo le picaba. Sin embargo, cada uno en su carril se enfrenta a unas municipales y unas generales que van a ser, si hablamos del PP, como el saco de la risa. Con Vox haciendo el falsete y Casado sin terminar de entender con semejante tropa en coro el porqué del puntapié. l
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