Escucho y leo a Ione Belarra resumir la postura de la izquierda ante la invasión de Ucrania. La secretaria general de Podemos rechaza el envío de armas a los ucranianos porque "la guerra de Ucrania debe terminar lo más pronto posible y la paz y la diplomacia son el único camino". La paz, claro, es el camino contrario a la guerra, ya lo dijo Perogrullo.

Esa conclusión me ha recordado a una peli en la que Sandra Bullock, en el papel de una agente policial inflitrada en un concurso de belleza, acude a la entrevista ante el público. La candidata anterior es preguntada por lo que necesita la sociedad y responde "la paz en el mundo". A la agente, en su turno, la respuesta que le sale es "penas más duras para los violadores". Ante el silencio y el shock de la audiencia, añade: "y la paz en el mundo". Y el auditorio estalla en aplausos.

El nivel de la reflexión ideológica en estos días es similar. La doctrina les dice a algunos que no se envíen armas con las que los ucranianos se defiendan, lo mismo que les dice que no se pongan frenos a la inmigración hacia Europa, que se suspenda radicalmente el uso de energías sucias, que la soberanía alimentaria sustituya a la distribución global o que se garanticen salarios al margen de la productividad y el rendimiento económico de la actividad.

Y yo me sumo al aplauso de los enunciados pero no podría al de las consecuencias. Estas son dejar aplastadas la soberanía y la voluntad del pueblo de Ucrania, hundir el modelo europeo de bienestar, parar la industria, la calefacción y las redes sociales que difunden esa doctrina hasta que se construyan parques eólicos -pero solo donde no estorben, no donde haya viento-, que no haya en Euskadi suministro alimentario para todos o que se nacionalice toda la economía. La vanguardia del materialismo se consuela deseando muy fuerte que las cosas mejoren. Se mancha uno mucho menos.