adie se compra un paraguas un día de sol pero se convierte en prioridad en pleno chaparrón. Ahora bien: como se libre uno de la pulmonía, ya es aceptable mojarse de vez en cuando. Hoy corremos en busca de una paragüería que nos resuelva el precio de la luz, de los carburantes y los suministros de componentes para nuestra actividad económica. Y uno se acuerda de las granizadas de 2009, cuando el susto mayúsculo de la crisis de la economía financiera nos llevó a decir que, de esta, refundábamos el capitalismo.

De aquella salimos, presuntamente, aplicando los principios más viejos de aquel modelo: el que no aguante, que se pudra; que la crisis nos haga una limpia de empresas inviables. Y, con ella, de empleos inviables. Pero, salvo honrosas -e insuficientes- excepciones, los mecanismos de control de la economía financiera están en disposición de repetir la hazaña 14 años después.

Se cumplen ahora dos años del inicio del impacto en nuestras carnes de la pandemia covid. Esa terrible experiencia de la que íbamos a salir mejores, más eficientes, más capaces y concienciados. Sus efectos sobre el comercio mundial siguen arrastrándose en forma de carencias de suministros. Pero nuestras cadenas de proveedores siguen en manos ajenas, que hace unas décadas nos convencieron de que la virtud no era la calidad ni la autosuficiencia sino fabricar más barato. Y allá que transferimos el conocimiento tecnológico. Ojo, que esto no va de proteccionismo, sino de dependencia. Ahora Europa quiere fabricar millones de microchips y no tiene dónde hacerlo.

Así que, de nuevo, cuando el gran cambio se anuncia para no depender de la energía ajena -rusa o árabe, da igual- se acuerda uno de otras crisis del petróleo con causas bélicas y de cómo, cuando las aguas volvieron a su cauce, el gran cambio tampoco llegó. Evolución o extinción, es ley natural.