He advertido en un vídeo que, durante el discurso de D. Trump en Tel Aviv, dos congresistas israelíes solicitando un Estado para Palestina eran desalojados a empujones por los servicios de seguridad mientras el presidente de USA proclamaba su alegría por la eficiencia de la Cámara. Normalmente a un parlamentario, no nos olvidemos que representa al pueblo, se le pide por tres veces que abandone una postura ajena a la norma de la Cámara, y si no atiende la reclamación se le expulsa por no respetar el reglamento. En este caso no les advirtieron ni una sola vez y les echaron violentamente porque no gustaba lo que decían. Fueron eficientes contra la democrática discrepancia. El pasado domingo la fascista y nunca suficientemente denostada Falange Española había convocado una manifestación en Gasteiz, manifestación que fue visitada por un grupo de gente con la cara tapada, lo cual, como cualquiera hubiera previsto, terminó en batalla campal. Si uno observa los vídeos del acontecimiento se dará cuenta de que eran machitos (prácticamente todos eran hombres) jugando a superhéroes (solo les faltaban los calzoncillos por fuera) uniformados como militares de azul y de negro, defendiendo sus ideas como paladines que atizaban recíprocamente a los que no pensaban como ellos. Desde aquel fundamento de la democracia “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo” que se atribuye a Voltaire, hemos avanzado irremediablemente por la senda de “Siempre que no esté de acuerdo con lo que dices, te expulsaré y sacudiré para impedir que puedas decirlo”. No saben que democracia es, además de que gobierna la mayoría, respetar, o por lo menos soportar, a las diferentes minorías. Por mucho que te joda.