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Eguneko autopsia

Constan Doval

El mar es de todos... menos de Gaza

La flotilla llegó al final de su malogrado viaje mientras ayuso aplaude, los obispos juegan a ser médicos y algunos políticos descubren que la ciencia existe

El mar es de todos... menos de GazaEFE

Aunque dicen que el mar es de todos, algunos barcos molestan más que otros , que se lo digan al Open Arms o a la flotilla Global Sumud que se dirigía hasta ayer a Gaza. Israel no dejó que culminara su objetivo, como era de esperar, lo noticioso habría sido que hubieran logrado torear al Ejército de Netanyahu. Fue interceptada en aguas internacionales porque para que vamos a respetar la legalidad si puedes estirar el mapa a tu antojo. ¿Ayuda humanitaria? Qué tontería. Todo lo que no venga envuelto en dólares o armas es mejor que ni flote, que se vaya a pique. 

Y mientras unos se manifestaban en apoyo a la flotilla, otros se vanagloriaban de lo sucedido. Sí, esa que ustedes están pensando. Isabel Díaz Ayuso y su troupe en la Asamblea de Madrid le dieron ‘pim, pam pum’ a los ingenuos que querían ayudar a los gazatíes y denunciar su situación. Como si de un sketch de Los Morancos se tratara, no dejaron de mofarse a diestro y siniestro. “Asamblea de la facultad flotante”, Colau báñandose en aguas griegas... Ironía fina para describir una tragedia que dista mucho de ser un episodio extra de Vacaciones en el Mar como lo quieren pintar. 

La UEFA y la FIFA se lavan las manos

Trump salva a los equipos israelíes. El fútbol es ese refugio donde todo se negocia menos la pelota. La FIFA y la UEFA no van a expulsar a los equipos israelíes de las competiciones futboleras porque es hacer más ruido que las bombas que caen cada día sobre la desolada Gaza. Mejor ponerse de perfil. Dicen los señores del balompié que hay que confiar en el plan de paz impulsado por el pacificador más grande que ha visto la historia, Donald Trump, que suena tan fiable como dejarle las llaves de casa a un ladrón arrepentido. Ante todo mucha calma: mientras ruede el balón, la conciencia puede quedarse en los vestuarios. 

Todo risas para desgracias ajenas. Ahora, todo cambia cuando se toca una fibra sensible. Que se lo pregunten a los obispos, que han resucitado el síndrome posaborto. “Eso ciertamente existe”, dice la Conferencia Episcopal con la autoridad que le da su doctorado en ginecología y obstetricia otorgado por el Espíritu Santo. Hay que mantener viva la hoguera moral, no sea que se apague y tengamos que buscar otro enemigo invisible. 

Y en estas viene José Luis Martínez-Almeida, que da marcha atrás y reconoce que el tal síndrome “no es una categoría científica”. El alcalde madrileño y compañero de travesuras de Ayuso admite su metedura de pata con ese tono de quien se da cuenta tarde de que los unicornios no existen. Aunque en política admitir un error se ha convertido en algo tan exótico que bien merecería una portada.