El debate del octogésimo período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas dio comienzo el pasado 23 de septiembre. El sábado 27 de septiembre se abrió el debate y se concluyó el lunes 29 de septiembre de 2025. Previamente al debate, ya incluso desde el 9 septiembre, se había trabajado en un cargado orden del día de 16 páginas de longitud, que incluía asuntos de mucha relevancia, destacando entre ellos la promoción del crecimiento económico sostenido y el desarrollo sostenible, el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, la promoción de los derechos humanos, la coordinación efectiva de las actividades de asistencia humanitaria, la promoción de la justicia y el derecho internacional, el desarme, la fiscalización de drogas, prevención del delito y lucha contra el terrorismo internacional en todas sus formas y manifestaciones. Y todo sin apenas cobertura mediática, con lo que la ONU siguió adelante con su insustituible labor en estos temas, en los que casi todas y todos estaremos de acuerdo en que la humanidad se juega el tipo.

Son muchos los espectáculos degradantes que se han visto en la Asamblea General de las Naciones Unidas en sus ocho décadas de existencia. Cabe recordar los golpes de zapato de Jruschev, las divagaciones de dos horas de Gadafi sobre Suiza, las negaciones del Holocausto de Ahmadineyad, entre otros casos. En esta Asamblea, pudimos ver otros dos. El primero de ellos fue el de Donald Trump. El segundo fue el de Netanyahu.

Y la verdad es que los diplomáticos del mundo vieron su capacidad de asombro ampliamente superada viendo cómo Donald Trump empezaba quejándose de la escalera mecánica y bromeando sobre la forma física de su esposa, transformando lo que debería haber sido un momento de diplomacia internacional en algo parecido al brindis del cuñado en una boda en la que todos habrían deseado que se hubiera quedado en casa. De ahí pasó a echar la culpa de su incapacidad para formar frases coherentes a un la avería de un teleprompter.

En sí, su discurso fue una lección magistral sobre cómo humillar a la propia nación que se supone que representas, mientras estás sinceramente convencido de que demuestras su grandeza. Continuó el delirio con su afirmación de haber puesto fin a guerras en siete meses. También habló de poner fin a guerras que ya habían finalizado hace años, en la época en que él todavía fingía ser un hombre de negocios en lugar de interpretar a uno en la televisión. Pasó a hablar de los supuestos beneficios –igual de imaginarios- de sus aranceles. Su imaginación no tiene límite.

En las imágenes se pudo entrever a delegados de naciones, en las que la realidad se trata como un concepto marciano, que parecían incómodos ante el nivel de Trump. Y es que una cosa es mentir y otro deporte muy distinto es hacerlo insultando a la inteligencia de la gente.

La parte de su discurso dedicada al cambio climático tampoco tuvo desperdicio, ya que acaso suponga la muestra más concentrada de ignorancia agresiva jamás pronunciada desde ese podio. Trump declaró que el cambio climático es la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo, aparentemente olvidando que se encontraba en un edificio rodeado de agua que ha subido considerablemente desde la fundación de la ONU. Parecía que lo decía con la confianza de alguien que cree que los cubitos de hielo de máquina refutan el calentamiento global. Se burlaba de la huella de carbono, aduciendo que era un engaño inventado por personas con malas intenciones. Y lo hacía a la vez que alardeaba del carbón limpio y hermoso. El mundo observaba en digno pero atónito silencio cómo el líder del segundo mayor emisor de carbono del mundo explicaba que las turbinas eólicas son patéticas y empiezan a oxidarse y pudrirse. Como si las centrales de carbón fueran estructuras inmortales que no requieren mantenimiento y producen prosperidad con aroma a arcoíris.

Pasó a hablar de la inmigración en sus términos habituales, que voy a omitir para no aburrir a los sufridos lectores. Baste decir lo que ya sabemos: estamos ante alguien que piensa que la compasión es un defecto de carácter y la crueldad una estrategia de liderazgo.

Precedentes sobraban para saber que Naciones Unidas también iba a ser blanco de sus diatribas. Curiosamente apenas he visto cobertura de esto en medios de comunicación. Y eso que creo que fue muy revelador. Se lanzó a una extraña reminiscencia sobre la licitación para renovar el edificio de la ONU hace décadas, prometiendo suelos de mármol en lugar de terrazo, caoba en lugar de plástico. Expresó que aún estaba amargado después de todos estos años porque su oferta, en su día, fue rechazada. No pudo resistirse a hablar ante las Naciones Unidas sin comentar un negocio inmobiliario que perdió en la década de 1990. Habló de suelos y sobrecostes como cual contratista que infla facturas. No parecía un jefe de estado hablando.

Oír sus retahílas sobre las políticas de energía verde de Europa me produjo la misma impresión que si oyera a alguien criticando una dieta mientras se come su quinto Whopper del día. Trump, cree firmemente que la política energética se limita a perforar buscando petróleo, fracking incluido, y a la minería de carbón. Con esa lógica nos advirtió que los parques eólicos estaban destruyendo los hermosos paisajes rurales. Está clarísimo que las minas de carbón son universalmente reconocidas por mejorar estéticamente el paisaje. Además, según él, Europa pierde 175 000 personas al año por muertes relacionadas con el calor porque la electricidad es demasiado cara para encender el aire acondicionado. Y además las pierde por ese cambio climático cuya existencia niega él mismo.

El narcisismo de Trump hizo que hablara durante casi una hora en lugar de los minutos asignados. Durante el discurso, los delegados permanecieron sentados en lo que podría describirse como un silencio traumatizado. El tipo de incredulidad paralizante que se ve en los rostros de los testigos de un accidente. Ahí estaba el presidente estadounidense hablando del carbón limpio y hermoso, presumiendo de hundir lanchas venezolanas con fuerza militar y declarando que es muy bueno prediciendo cosas porque tenía una gorra superventas que decía que Trump tenía razón en todo.

Yo, sin embargo, creo que lo que hacían los delegados con su silencio fue darnos a todos una lección de dignidad. El silencio puede ser estruendoso, sobre todo cuando teóricamente toca aplaudir. Y ese silencio suena aún más fuerte cuando sólo te aplauden muy poquitos en una sala de esas dimensiones.

El segundo de los espectáculos degradantes en esta sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas fue el de Netanyahu. Buena parte de los delegados, en otro gesto distinto de dignidad, se ausentaron de la sala. Me van a permitir que les imite, absteniéndome de hablar de lo que dijo aquí, en esta ocasión. La dignidad se puede ejercer de muchas maneras.

Las Naciones Unidas han escuchado a dictadores y demócratas, a revolucionarios y reaccionarios, a personas brillantes y banales. Si no fuera Jefe de Estado, si no fuera trágico, diría que nunca antes habían acogido a alguien que combina la capacidad intelectual de una ameba con dotes diplomáticas de las que se usan en una pelea de bar. Las Naciones Unidas han sobrevivido a guerras mundiales, guerras frías e innumerables crisis. Queda por ver si podrán sobrevivir al dúo Trump/Netanyahu. Creo que sí, y que además saldrán reforzadas. No va a ser fácil. Nadie ha dicho que lo fuera a ser.

@Krakenberger