20 de junio, día de la persona refugiada. Ayer nosotros, hoy ellos
Tras las dos guerras mundiales, Europa comenzó a analizar la necesidad de organizar los fenómenos migratorios y de refugiados desde el punto de vista jurídico, corporativo, social y político. En la primera mitad del siglo XX, buena parte de los refugiados en este continente eran autóctonos. Eran personas que huían de conflictos bélicos dentro de la propia Europa. Refugiados de los campos de concentración nazis y de otros contextos bélicos y políticos internos. En aquella época no existía una normativa para atender a los desplazados, ni interna ni globalmente, no había herramientas para organizar estos flujos, no se sabía cómo responder a sus demandas y dignificar a estas personas que lo habían perdido todo durante las guerras. Las instituciones europeas no estaban preparadas. Por esta razón, muchos refugiados europeos se dirigieron a diversos países de América Latina y otros a Estados Unidos o Canadá. Allí fueron acogidos, se les dio la oportunidad de contribuir a estas sociedades de acogida y de reconstruir sus vidas.Algunos han mantenido a lo largo de estos años relaciones transnacionales con sus países de origen, han participado en los procesos electorales, abriendo espacios de la cultura y la memoria de sus países en los diferentes países de acogida, con la intención de mantener viva en ellos, su cultura, su tierra, su gente, a pesar de la desterritorialización forzada. El sentido de sus estados-nación persiste y hoy es el día en que muchos hijos e hijas, nietos y nietas de aquellos, llegan a conocer con orgullo la tierra de sus descendientes entonces refugiados. Europa era por tanto un continente emisor de refugiados, la gente salía de Europa hacia otras partes del mundo. Muchas personas tuvieron que abandonar España a causa de la dictadura franquista, se fueron a América Latina y a otros países europeos. Hoy, esta situación se ha invertido y le toca a Europa recibir a otros, a los que, como ellos en su día, tuvieron que huir de guerras, dictaduras y situaciones sociopolíticas complejas. Aquellas leyes, acuerdos y reglamentos que fueron diseñados para la gestión de los flujos migratorios internos, hoy tienen que ser moldeados para regular la dignidad de estos movimientos de migración y refugio que vienen de diferentes partes del mundo. Estas personas que tienen un fenotipo diferente, que traen una cultura y unas costumbres muy distintas, que llegan a una Europa próspera y ya con una cierta amnesia de su pasado como refugiados. Una Europa que tiene el imperativo moral de ayudar a quienes un día ayudaron y acogieron a los suyos. Una Europa que debe liberarse del miedo, del racismo, de la hipocresía, de la externalización de sus fronteras y debe dejar de firmar pactos vergonzosos con regímenes cleptocráticos que empujan a sus conciudadanos al exilio. ¿Qué haremos con las personas que llegarán de Palestina? ¿Les diremos también que abusan del sistema de asilo? ¿Podemos realmente cuestionar la necesidad de protección internacional de una persona? Nadie huye de su tierra por capricho. Ojalá fuera así. Trabajadora social, doctorada en Administración y Política Pública por la UPV/EHU y activista por los Derechos Humanos