Como ya hemos advertido desde esta página en alguna ocasión, se calcula que “el 83% de los terrícolas son en realidad extraterrestres que se han infiltrado en la tierra con intención de dominar a los humanos. La especie más destructiva, los hijoputas, de hecho, ya se ha hecho con el control de todos los centros de poder por los cuales los humanos creen regirse a sí mismos y, así, son alienígenas hijoputas sus reyes, presidentes y generales, sus concejales de urbanismo y culturismo, sus tertulianos y columnistas, sus banqueros y miembros de consejos de administración…”.
No obstante, para ser justos y no generar alarma, también cabe señalar que no todos los alienígenas pertenecen a especies invasoras y que buena parte de ellos han llegado hasta nuestro planeta con, justamente, la intención contraria: salvarnos. Es el caso de los procedentes de Raticulín, que siguen perseverando en su empeño a pesar del último varapalo recibido, pues, como se ha sabido hace unas semanas, su profeta en nuestra tierra, Carlos Jesús (también conocido como Crístofer o Micael), falleció a principios de año sin consumar la misión para la que había sido designado: salvar a millones de elegidos de la extinción a la que se encamina de manera inexorable el planeta azul, como apuntan cada vez señales más evidentes: el apagón, Trump, Isabel Díaz Ayuso, las hamburguesas con sabor a Dalsy...
Carlos Jesús, como recordarán, vaticinó a inicios de los 90 en programas como Al ataque o Crónicas marcianas la llegada de trece millones de naves espaciales que nos transportarían (hablo en plural porque yo soy uno de los elegidos −y ustedes si quieren también, luego les explico cómo−) hasta el planeta hermano Raticulín. Finalmente, por lo que sea, la evacuación se retrasó y Carlos Jesús tuvo que volar en solitario, aunque sus fieles tampoco desestimamos su resurrección, pues ya anteriormente revivió en dos ocasiones (una de ellas cuando trabajaba en la Seat de Martorell y sufrió una descarga eléctrica de miles de vatios).
Mientras tanto, algunos continuamos venerándolo, en mi caso con mi novela Cholita voladora marciana, recientemente publicada, cuya protagonista, Samy Grourgroug, tiene ascendencia raticuliniana por parte de padre (por parte de madre es euskoboliviana). Las mentes más retorcidas deducirán de todo esto que, en resumidas cuentas, este artículo no es sino una maniobra publicitaria. Todo lo contrario: lo que me mueve es un sentimiento altruista, puesto que −según me hizo saber el mismo profeta un día que se me apareció en la mancha de una pared en el baño de una sidrería− todos aquellos que lean la novela en cuestión se contarán entre los elegidos que acompañen a Carlos Jesús en su regreso a la tierra y posterior éxodo hasta Raticulín, un planeta donde no existen parquímetros, resaca ni influencers. Benditos seáis, ¡fiu, fiu!