EN mis rutinarios paseos urbanos es normal que vaya con auriculares oyendo música de cualquier tipo, que para ese arte soy un ecléctico, pero de cuando en vez me los quito para escuchar el ruido de la calle, y para cotillear, una mala práctica tan generalizada que ha llegado a parecer cualidad intrínseca del ser humano. Iba esta vez oyendo sonidos de la primavera cuando escuché tras de mí a unas señoras que hablaban muy alto y a las que no terminé de ver. Me quedé con que una explicaba que unos padres de su ikastola eran algo chulitos y sobrados, terminando por narrar que su niña le había contado que la hija de los mentados también era algo prepotente. Una compañera de paseo expresó su pesar por la pequeña, pues su actitud no debía de ser más que aprendizaje cultural de los padres, a lo que la señora primigenia replicó que para nada, que aquello, y cito textualmente, era genético. La comprensiva intentó decirle que eso no podía ser, a lo que su interlocutora le insistió elevando la voz: “¡Eso es genético!”.

Una cosa es escuchar cotilleando y otra muy diferente es intervenir en las conversaciones cotilleadas, cosa que nunca hago, aunque muchas veces me ocurre que al escuchar algunas hipérboles, desconecto para refugiarme en mis cavilaciones al respecto, que es lo que me ocurrió esta vez. Sin continuar escuchando hasta dónde llegaban aquellas mujeres en su debate, volví a la música y recordé, por lo de la genética, a mis aitas, los cuales, además, fueron mis profesores de física y matemáticas durante todo el bachiller. Pude concluir al hilo de la controversia de aquellas mujeres que, si bien mi baja estatura y mi pelo rubio derivaban, sin lugar a dudas, de la herencia genética, mi capacidad para huir o para temer y odiar a mis compañeros de curso no eran genética para nada, devenían con toda seguridad de que cada vez que entregaban las notas tenía que salir corriendo como alma que lleva el diablo para evitar las patadas y sopapos de mis compañeros suspendidos, a pesar de lo cual siempre había alguien que me alcanzaba.

A ver si me explico: las características físicas son genéticas, mientras el carácter chulo, acobardado, tímido, valiente, osado o lo que sea tiene fundamentalmente que ver con el aprendizaje en casa, en la calle o en los videojuegos.

Estaba dándole vueltas entre neurona y neurona a estas ideas, y sobre todo a la genética, sus derivaciones y consecuencias, cuando topé de casualidad con la noticia sobre una sentencia del Tribunal Supremo Británico que determinaba que las mujeres son mujeres solo cuando biológicamente (o genéticamente) lo son y no cuando, no siéndolo, muestran el deseo o sentimiento de serlo, que no son características propiamente genéticas. Aun no siendo conocedor del tema, pude ojearla para darme cuenta de que tal sentencia intensamente citada en los medios no tenía un carácter ideológico sino que fundamentalmente pretendía ajustar una ley sobre paridad en empresas a la legislación británica de igualdad. Era una sentencia de técnica jurídica, o eso me pareció. Aunque en Gran Bretaña salieron muchos grupos de defensa trans pidiendo calma y serenidad, aquí surgieron enseguida los plumillas más recalcitrantes a valorarla sin haberla leído, y por ahí aparecieron quienes venían a decir que se volvía a la verdad universal frente a los que consideraban la sentencia un desastre para todos los derechos humanos.

Olvidándome de los primeros, que me agotan, me quedo con alguno de los segundos y particularmente me llamó la atención lo expresado por Irene Montero, nueva candidata del renacido para sucumbir Podemos. Tras expresar que se debe respetar el derecho de cualquier persona a ser mujer si mujer se siente, proclamó que la sentencia es “odio y violencia institucional”.

Y aquí que la cosa se aleja de la biología y de la genética, reconozco que el tema me supera y tengo un criterio poco definido al respecto, lo que no me debería convertir para nada en tránsfobo o algo similar. Respeto absolutamente el derecho de cada cual a querer ser lo que quiera, otra cosa es cómo se registran formalmente tales decisiones, ahí estoy perdido. Lo que no obsta para que en mi reflexión al respecto de lo dicho por Dña. Montero me pregunte si cuando a esa gente de Podemos les disgusta tanto que no se deje ser a una persona lo que siente que es, por qué se empeñan ellos en negarme a mí y a otros muchos poder ser solo vascos sin ningún apellido más. ¿Será capaz Dña. Montero de defender mi sentimiento de pertenencia acusando de violencia institucional a las leyes españolas que laminan nuestras competencias y nuestros derechos de sentirnos y ser vascos, incluidas las que ella hizo y aprobó? l