Con la muerte el viernes a los 100 años de Miguel Felipe Arroyo, combatiente del batallón Gernika que luchó contra los nazis, ha desaparecido el último gudari que quedaba vivo. Era una noticia esperada porque el inexorable paso del tiempo estaba llegando ya al límite. Arroyo vivió un siglo y le dio tiempo a contarnos esa parte de la historia que muchos han querido y quieren ocultar. Enterrar la memoria es siempre el afán de los vencedores, de los dictadores y de los criminales. Ha ido desapareciendo, casi sin hacer ruido, una generación irrepetible, sufrida y comprometida. Agur eta ohore.