Ni a quienes somos amantes del calor más alto nos vino ayer bien el termómetro disparado. Una cosa son 35 grados y el eterno debate de sobremesa y disputas entre defensores y detractores del frío y el calor y otra, muy distinta, sobrevivir por encima de los 40 grados. Claro que, puestos a reflexionar, deberíamos caer en la cuenta de que hay sociedades que sucumben a estos niveles de mercurio más a menudo que los dos días que se han dejado notar en Euskadi. Y, en la mayoría de los casos, sin un aire acondicionado ni ventilador que llevarse a la cara. Pobreza energética por exceso o por defecto.
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