HACE unos años el gobierno español comenzó la campaña #coNprueba para desmontar falsas medicinas. Pero llegó la pandemia y aunque las pseudociencias se atrincheraron reutilizando conspiraciones y microchips 5G en las vacunas o vendiendo lejías como remedio milagroso la amenaza a la salud era demasiado seria como para tenerlas en cuenta, así que quedaron relegadas a apariciones promocionales en la televisión basura o en las calles fachas de la gente cayetana: no era ni libertad ni salud sino política reaccionaria contra lo social y lo público, esa que siguen promoviendo aún.

Ahora vuelven a analizar esas presuntas terapias con equipos científicos recabando datos para ver si son algo más que elaborados timos para consolar a gente desencantada del sistema público de salud y con poca adherencia a los tratamientos.

Y comprobamos lo que ya sospechábamos: que a menudo no hay ninguna evidencia científica a pesar de que nos hacen afirmaciones de que algo nos cura y es maravilloso. O que la antigüedad de una presunta práctica oriental no es marchamo de calidad, como ya podíamos colegir del hecho de que allá se murieran tanto como por aquí a pesar de contar con sus entelequias energéticas del yin y el yang, del chi kung y demás.

Que a veces el llamado truco del sombrero morado funciona pero sigue siendo un timo: la idea es tener una serie de prácticas simpáticas (que a menudo resultan simplemente porque el tiempo todo lo cura o porque no hacen daño) pero le colocas un sombrero morado al practicante.

Entonces afirmas que la efectividad radica en el sombrero morado, claro. Así tenemos vacuoterapias, luminoterapias, aromaterapias y otras más. Todas engañosas, ni probadas ni útiles más allá de nuestra ingenuidad y el placebo. Engañabobos que además de quitarnos el dinero nos roban la salud, la de verdad.