Según quienes conocen la materia, la verdadera campaña electoral comenzó ayer. A riesgo de llevarme un tirón de orejas de colegas políticos o sus asesores y puramente desde mi visión egoísta quizás de periodista, hace tiempo que vengo diciendo que quince días de contienda se hacen excesivamente largos como para que el común de los mortales mantenga su atención en lo que se dice cada día. Mas si ya tenemos déficit de atención ante el bombardeo de mensajería de todo tipo por tierra, mar y aire con lo que quince días dan demasiado para todo. Pero, ahora sí, según los expertos ayer arrancó el partido, el de verdad, en el que se juega mucho el próximo 21 de abril. Los jugadores están claros, no tanto las reglas a seguir. El cómo se quiere hacer cambiar las cosas, los diruris con los que se cuenta. Las promesas de revoluciones en Osakidetza, empleo o vivienda deberían venir acompañadas de una cuantificación numérica. Matemática pura. Oiga, si me vota, sepa usted que puedo contratar los mil médicos más que le estoy prometiendo, pero que se va a quedar sin tanta cobertura RGI. O: Oiga, si me vota, si me da su confianza, le prometo que le dotaré de más recursos en los colegios, pero no podremos apoyar la digitalización de las empresas. Etc., etc. Un ejercicio sencillo de donde quito para donde poner. Es cuestión de elegir y ser conscientes de que nadie da duros a cuatro pesetas que se decía antaño. Y quien trampea no juega limpio, valga la redundancia. Dos opciones encima de la mesa representadas por cinco partidos políticos. Dos modelos en definitiva. El primero el que ya conocemos liderado por el PNV, creado en el tiempo sobre los pilares puestos por el lehendakari Ardanza (Goian bego) y ensalzado tanto estos días. O el segundo, lleno de promesas y falto de números. Decía George Orwell que “en una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario”. No añadiré yo más.