LOS ángeles existen. Son seres especiales que aparecen en situaciones límite. Nos damos cuenta de que han estado con nosotros cuando se han ido. ¿Fue un ángel? Y la cabeza, materialista, se queda en blanco y, después, dice: sí.

El asiento número 13

Hace unos meses, una de mis hijas llegó sin aire a la puerta de embarque que le llevaría a Madrid. En el mismo segundo que consiguió acercarse al mostrador, se cerró la entrada de pasajeros. Las lágrimas de impotencia estaban llenando sus ojos.

–Por favor, es muy importante que coja este vuelo.

La empleada, indiferente, puso el cartel de cerrado.

–Ya no pasa nadie más, dijo dispuesta a marcharse, moviendo de un lado a otro la cabeza, diciendo no.

De pronto, mi hija, sintió una mano en el hombro. Se volvió y vio unos ojos que le miraban serenos.

–Tú cogerás este avión. Nadie puede llegar si no me pongo en los mandos del aparato.

Le hizo un gesto y abrió el pasillo de entrada al avión. Los dos solos cruzaron el camino de acceso y, mientras se cerraba la pesada puerta, el joven uniformado de azul marino y con botones dorados levantó la mano hasta su gorra y le despidió:

–Hasta otro día.

No le dio tiempo a darle las gracias.

Cuando salió del avión preguntó por el piloto que había dirigido el viaje de Bilbao a Madrid. Precisó la hora, el número de vuelo y describió al piloto que había hecho posible el milagro de poder volar, en el último segundo. Nadie supo decirle quién era, ni la compañía de vuelo.

La semana pasada viajaba de regreso a Bilbao. A su lado, una señora miraba por la ventana sin ver que las gotitas de lluvia habían empapado el cristal. Cuando el avión despegó, suspiró fuerte y se reclinó en el asiento. Al cabo de unos segundos, de nuevo mi hija, preocupada, le preguntó si le pasaba algo, si tenía miedo a volar o… La pasajera se volvió extrañada, nadie le había preguntado esas cosas. Le impresionó la sensibilidad de la observación y le contestó con verdad:

–Soy abogada y vengo de divorciar, por segunda vez, a una mujer.

Así empezó una conversación que casi fue intima. Se presentaron y siguiendo la charla recién empezada, la abogada le dijo que se apenaba de haber subido al avión sin encontrar DEIA.

–Difícil en Madrid.

–Una pena, quería en papel un artículo que ha salido hoy.

–¿Cómo se titula?, preguntó mi hija.

Y con la mejor de sus sonrisas, le dijo:

–Es de mi madre.

No pudo disimular la sorpresa.

–Hace años –le contó emocionada– que recorto sus artículos y he leído sus novelas.

–Se lo contaré y le hará mucha ilusión.

Y en un borbotón de confidencias, se intercambiaron los teléfonos y mi hija, al guardar el número vio que viajaban en el asiento 13.

–Es el 13, le dijo a su compañera de viaje.

Las dos rieron. En algunos vuelos nacionales e internacionales se omitía el 13 por superstición o miedo a los malos augurios que envuelven el 13.

–No es una casualidad que estemos sentadas en el número 13. Si fuéramos a Nueva York, del 12 pasan al 14, como si el 13 no existiera. El 13, ¡qué suerte hemos tenido de estar en la fila 13!

En la compañía Ryanair no tienen el número 13 y curiosamente no les asusta el color amarillo. Las letras de sus aviones están pintadas de ese color y el amarillo, es para los actores color de mal fario. Según Twitter, Iberia asegura que es una tradición y nunca ha ofrecido la fila 13 en sus noventa años de vida. En la Biblia, un libro sagrado lleno de esoterismo, en el capítulo 13 del Apocalipsis aparecen dos bestias que anuncian el fin del mundo. En la última cena eran trece los asistentes, doce apóstoles y Jesús. Para los nórdicos, al dios Balar le asesinaron con una lanza de muérdago, frente a doce dioses.

Las historias sobre los números se multiplican sin tener ninguna razón de ser. El 17, el 239, el 666… Las dos sonríen con su billete 13 en el bolsillo

–Además, martes, ni te casas ni te embarques. Como puedes figurarte –dijo la letrada– no me atraen las bodas (hoy, dos divorcios) y para viajar me da lo mismo el día de la semana.

–Para nosotras el 13 ha sido una buena sorpresa.

Un número con ángel.

Después de esa casualidad –las casualidades no existen–, tengo en la mano el número de teléfono de la abogada que coincidió en el vuelo con mi hija.

¿Qué pensará si la llamo?

Marco los números y espero.

Solo sé que se llama Olga.

Periodista y escritora