NUESTRAS sociedades están en plena mutación. Viejas estructuras se tambalean mientras afloran nuevas necesidades, al tiempo que se imponen modificaciones que pueden ser dolorosas. Sin embargo, hay una dinámica social hacia el cambio en la que debemos poner nuestra esperanza. Las siguientes líneas pretenden aportar algunas ideas en ese camino de transformación que, a mi juicio, ha de orientarse hacia el fortalecimiento de los lazos comunitarios.
La primera revisión se dirige a los fundamentos éticos en los que se asienta la sociedad. El poder político regido por la voluntad ciudadana y el económico garante del bienestar social, siendo pilares asumidos, en su actual configuración manifiestan claras insuficiencias. La política fragmentada, cortoplacista y con intereses partidarios, y la economía plurinacional, especulativa y con finalidad lucrativa, cada una por su lado, dejan lagunas sociales desatendidas (lo que he denominado “arrabales del poder”); carecen de la cohesión y fuerza necesaria para proyectar el futuro.
Muchas de esas lagunas las están cubriendo los movimientos comunitarios, un “tercer sector” al que nada le es ajeno. Nace de la necesidad, pone a la persona como núcleo y razón de ser de la sociedad, se nutre del altruismo solidario y transforma carencias en actividades económicas.
Sobre estos tres pilares podemos ahondar en la construcción de un sistema democrático que, para su plena realización, requiere que sea también democrático en los ámbitos económico (participación de los agentes sociales y economía inclusiva) y comunitario (igualdad de oportunidades y cauces de participación). Otro requisito esencial es que constituya sistema, es decir, que los tres pilares converjan de forma coherente. Las sinergias entre el ámbito político, el económico y el comunitario, abriéndose también a la participación del mundo académico y científico, obrarían conjuntamente en el análisis de necesidades, proyectarían estratégicamente el futuro y establecerían lazos de cooperación social.
Pero esto es solo el principio de la tarea que tenemos por delante. Porque un poder reconstruido bajo estas premisas se encontrará con una estructura social desequilibrada e inestable que requiere de una profunda reingeniería. La evolución demográfica, el alargamiento del período formativo y el aumento de la esperanza de vida, hacen que nuestro actual modelo sea económicamente insostenible. Estos desequilibrios de un sistema rigidizado en compartimentos estancos que separa la etapa formativa de la laboral y esta de la jubilación, sólo se pueden abordar con la implicación de la sociedad a todos los niveles. Debemos apostar por la fluidez y la proactividad en todas las etapas para que la sociedad se enriquezca con la aportación de las personas a lo largo de toda su vida, cada cual desde sus intereses y potencialidades específicas, pero con una vocación común.
Se dice que “según sea la persona así será la sociedad” y es cierto. No se puede construir una sociedad comunitaria allí donde el valor preponderante sea el individualismo hedonista. Es preciso impulsar unas mínimas referencias de ética comunitaria para que, a partir de estos principios compartidos, cada persona establezca su propio cuadro de valores que justifican su existencia y dan sentido a su vida.
Las experiencias comunitarias existentes en la sociedad vasca representan un activo importante y pueden, e incluso deben, servirnos de guía en el proceso de cambio que estoy dibujando. Ello requiere tomar conciencia de la vocación humanista que late en nosotros con hondas raíces históricas, ensanchar nuestra ambición hacia la transformación de la sociedad y aprestarse a compartir el impulso de nuevas experiencias y la orientación a futuro de la sociedad.
Quiero pensar que se abren nuevos horizontes para encauzar los desequilibrios actuales y abordar un futuro esperanzador más justo y solidario. ¿Nos disponemos a la tarea?
Autor del libro ‘Horizontes de esperanza. Una visión comunitaria para la sociedad vasca’