Pasa el tiempo, los días se suceden sin fatiga y, burla burlando, llegamos al final del año. Irreparabile fugit tempus. Es casi inevitable, incluso sano, volver los ojos atrás y hacer balance; así como mirar al futuro en lontananza y hacer proyectos. En la mitología romana nadie como Jano bifronte ha expresado mejor esta situación; dios de las puertas, los comienzos y los finales, mira con una cara al pasado y con la otra al futuro. Dios tranquilo y presidente majestuoso de puertas y dinteles; bien distinto del exhibicionista Príapo, dios griego de formidable polla erecta y señaladora de fértiles tierras. En su honor se bautizó el primer día del año con su nombre (Ianuarius-Enero).

Cuando miramos hacia atrás no podemos menos que hablar de desazón y de incertidumbre, tras un año convulso y correoso cuya situación social, política y económica nos ha puesto al borde de una tercera Guerra Mundial. Ahora comprendemos lo ilusos que fuimos al finalizar el siglo XX, cuando pensábamos que, por fin, tras dos Guerras Mundiales (en España además con la amarga propina de una guerra civil), sería posible la paz perpetua con la que soñaron Kant y los ilustrados. Pues no, no señor, que no va a ser. Que el ser humano se empeña en perpetuar el mito de Caín y Abel y, si se tercia, disparamos en la nuca al adversario o encendemos hornos crematorios como solución final para judíos, gitanos, homosexuales y todo aquel que se cruce en nuestro camino. ¿Dónde queda, me pregunto, aquello que aprendimos en la escuela, la Historia como magistra vitae?

Alguien me dirá: no nos jodas otra vez, ya nos aguaste la Nochebuena con tu felicitación incómoda, no vengas ahora a amargarnos también la entrada de año. Nada más lejos de mi intención. ¿Es que no podemos celebrar las festividades con un poco de lucidez? ¿Es que tenemos que estar narcotizados para poder disfrutar? Yo no quiero, al menos para mí, un final de año mirando para otro lado, sino de frente. Y es que no es posible la felicidad individual si no existen las mínimas condiciones de una vida digna para todos, como no habrá paz social si no hay unas mínimas cotas de justicia social.

Contemplemos ahora la otra cara de Jano: miremos al futuro. No va a ser un camino liso y llano, no hace falta ser adivino ni consultar la bola de cristal. Pero siempre queda algún resquicio para la esperanza. Al menos nos queda el recurso al sentido común, como lo hizo Cervantes cuando puso en boca de don Quijote (parte I, cap. 18) el siguiente discurso: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de suceder bien las cosas, porque no es posible que el mal y el bien sean durables y de que aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien esté ya cerca”.

La grandeza del ser humano no radica en lo que es (a la vista está), sino en sus posibilidades; nada está absolutamente cerrado ni perdido. ¿Hay que hacer un acto de fe? Pues hagámoslo. Confiemos en que vayamos tomando conciencia de una realidad muy problemática: guerras interminables (Palestina, pero también Ucrania, Sudán Siria, Yemen, el Sahel, el cuerno de África…), obligados y dramáticos desplazamientos, campos de refugiados, un cambio climático que amenaza la vida en el planeta, tremendas desigualdades sociales que generan dosis de sufrimiento inaceptables… Tras la toma de conciencia, no estaría nada mal que abandonásemos la tradicional mansedumbre que mostramos (no es una llamada a la violencia, por favor) y ese razonamiento absurdo de que las cosas se solucionarán por sí mismas en su devenir. Quizá entonces podríamos intervenir y dar ese pequeño paso que, en conciencia, estamos obligados a dar. Su concreción es tarea colectiva a consensuar y no será fácil articularlo, pero lo que está claro es que algo deberíamos hacer urgentemente; no podemos consentir que siga la escalada de violencia y de injusticias que han caracterizado el año que estamos a punto de cerrar.

Deseo de corazón que esta sencilla reflexión no le lleve a nadie a atragantarse con las doce uvas. Para todos y todas deseo lo mejor. ¡Brindemos por un Año Nuevo con un poco más de humanidad!

Exprofesor de Humanidades