¿QUIÉN no ha soñado con ser uno de los superhéroes de la infancia? Los cuatro fantásticos, Superman, Spiderman, Wonder Woman… Todos tienen superpoderes que les permiten ganar la mayor parte de duelos a sus perversos enemigos. Si pierden alguno no pasa nada; basta esperar a la batalla final. Incluso muchas de estas historias contienen moralejas que perviven en nuestra cultura popular: la kryptonita enseña que por fuertes que seamos siempre existe alguna debilidad, el tío Ben le enseña a Peter Parker que “todo gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

Soy Batman

Entre todos ellos, hay uno que no tiene ningún superpoder: Batman, el Caballero Oscuro. Debe soportar una gran limitación: no puede perder ningún combate. Eso le supone la muerte. No se puede permitir errores. En nuestra sociedad, sin embargo, el fracaso está estigmatizado, como si todos y cada uno de nosotros fuese también Batman. En consecuencia, tendemos a llevar una vida tranquila y a no arriesgarnos en demasía. Encuestas que se hacen a las personas al final de sus vidas (sí, hay encuestas para todo) indican que nuestro mayor arrepentimiento es haber hecho lo que esperaban los demás. No es cuestión de ser un inconsciente, pero de la misma forma que un inversor en bolsa puede jugar con una pequeña proporción de sus ahorros para ver si obtiene un gran rendimiento, nosotros podemos asignar una pequeña proporción de nuestro tiempo para probar experiencias nuevas o tantear posibles alternativas que nos permitan obtener más recursos.

Esta historia nos lleva a una cuestión fundamental: ¿a qué se debe esa fobia al fracaso? La contestación fácil: “Hay razones culturales y fiscales. En los países anglosajones el fracaso no está mal visto y además existen leyes que te permiten salir adelante, cosa que por nuestras latitudes no pasa”. No es inexacto, pero hay más. Es importante valorar cómo el entorno incide en nuestras mentes moldear nuestras reacciones ante sucesos cotidianos. Y es que el fracaso tiene muchas aristas: sentimentales, laborales o económicas... pero claro, para poder valorar las cosas debemos definirlas. ¿Qué es fracasar? Para Cristiano Ronaldo o Leo Messi, fracasar es quedar segundo en la clasificación del Balón de Oro. Aunque el resto de su vida vaya viento en popa, es posible que se sientan desdichados por no haber logrado lo previsto. Para un actor de élite, ¿es fracasar no ganar un Oscar? Además, el enfoque de cada situación es importante. Cuando una persona comienza una relación sentimental decimos que “ha rehecho su vida”. Se olvida que existen relaciones tóxicas de tal forma que en realidad alguien logra rehacer su vida… ¡cuando las rompen!

Las películas, las novelas o los medios tienden a mostrar siempre ganadores. Este tipo de historias nos lleva a desenlaces en los que casi siempre el bien triunfa sobre el mal, el esfuerzo es recompensado y la justicia prevalece. Sin embargo, la vida no es así. Demasiadas veces triunfan las trampas, los enchufes o los favores. ¿Entonces?

Todos los libros de “antiayuda” nos dicen que debemos perseverar, ser positivos y perseguir nuestros sueños. Muy bonito, pero tiene un inconveniente: no es cierto. Muchas veces es mejor abandonar y cambiar de objetivos, asumir pacientemente los sentimientos asociados a los reveses y reorientar nuestra vida. Además, existe un instrumento más fiable para acercarnos a nuestro superhéroe: la ciencia y la estadística. ¿Qué sabemos del éxito? Autores como Eric Barker (con obras como Errando el tiro) han investigado sobre ello, y muchas de sus conclusiones son sorprendentes.

Mujeres y hombres con gran éxito han fracasado en otras áreas de su vida, como la familiar o la social. En muchos casos eso les ha hecho internamente desdichados aunque nuestra percepción sea otra. Además tienen otro problema adicional: no trabajan el desarrollo de un carácter personal que se mantenga cuando se alejan del foco público.

Laura Nash y Howard Stevenson son los autores de Just Enough (Suficiente). En sus investigaciones descubrieron que eran necesarios varios criterios para evaluar la situación vital de las personas. Nosotros usamos lo más fácil: el dinero. Ellos adoptaron cuatro métricas fundamentales. Uno, la felicidad como satisfacción vital (disfrutar). Dos, logro como resultado comparativo con otras personas que han buscado el mismo objetivo (ganar). Tres, significado como tener impacto positivo en las personas que nos rodean (contar para los demás). Cuatro, legado como ayuda para que otros alcancen su éxito en el futuro (extender). Hay que tomárselo en serio: está demostrado que hacemos lo fácil, no lo que nos hace felices.

Richard Wiseman creó la denominada Escuela de la Suerte. El 80% de los graduados admiten que después de sus “estudios” tienen más suerte y son más felices. Randall Munroe, antiguo robotista de la NASA, ha calculado la probabilidad de encontrar nuestra persona perfecta en el amor: ocurriría en una de cada diez mil vidas.

El entorno social nos lleva a ser como Batman. Podemos serlo, sí. Pero como diría Frank Sinatra, “a mi manera”. l

Profesor de Economía de la Conducta. UNED de Tudela