VAYA por delante que condeno toda clase de violencia. Ningún grupo por altos y justos ideales que defienda debería jamás utilizarla, desacredita sus idearios. Ningún estado, salvo cuando considere que la vida de algunos de sus ciudadanos está en peligro, debería abusar de la fuerza y solo en casos muy extremos sacar los tanques a la calle. Sin embargo, el contexto israelí-palestino es excepcional, diferentes causas lo han hecho posible desde 1948…

Dolor y terror en Palestina

Desde el momento en el que la ONU constituyó el Estado israelí y no el palestino, desde que Israel se consolidó como un Estado fuerte y los palestinos son una suma de territorios inconexos; o desde que las fuerzas más ultrarreligiosas hebreas se han negado por activa y por pasiva a admitir la constitución de dos estados, todo ese escenario ha sido un maldito infierno. Igual, solo igual, el ciclo de la violencia habría sido diferente, otro al que acontece, si ambos actores hubiesen contado con intermediarios sabios y juiciosos. Dicho esto, la actuación de Hamás contra Israel el pasado sábado 7 de octubre es totalmente reprobable. No tiene ningún sentido lo que ha hecho y, además, ha dado lugar a que Israel reciba, con razón, toda suerte de solidaridades y compromisos externos. Nada justifica los más de 3.000 muertos que se han contabilizado hasta la fecha ni las decenas de rehenes que han tomado para presionar a Israel. Hamás no conseguirá nada con ello, salvo que Gaza sea todavía un lugar más terrible y oscuro donde poder vivir.

La venganza de Hamás contra la opresión israelí no va más que a convertir Gaza en un gran cementerio. Ahora bien, la reacción del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, es de un gran cinismo anunciando a los israelíes que “estamos en guerra y ganaremos”. En realidad, la guerra nunca ha dejado de estar ahí porque Israel lo ha querido, porque los halcones y gente como Netanyahu han conseguido más créditos políticos soliviantando y presionando a los palestinos que con la paz, con un compromiso o base de acuerdo como el que planteó Isaac Rabin. El único judío asesinado por otro judío, porque aquello de darles tierra a los palestinos era inadmisible. En primer lugar, hay que observar y combatir la propia intolerancia, antes de acometer la de acallar, en segundo lugar, la del enemigo. Repito, Hamás ha cometido un gravísimo error y un crimen sin paliativos. Pero siguiendo las palabras del primer ministro hebreo, ¿ganarán?

Aquí no hay triunfos, solo muertos. La única victoria posible debería ser el lograr la convivencia, la aceptación del otro, el reconocimiento de los palestinos como entidad y que los palestinos hagan lo mismo con Israel. Pero no es posible, las políticas de los gobiernos conservadores de Israel no han ido en esa dirección, sino en someter a la población palestina y humillarla, desintegrar Cisjordania para que, dado el momento, se incorpore a Israel… Pero la respuesta militar, encaminada a darle un serio correctivo a Hamás por esta afrenta, solo va a traer consigo más dolor y sufrimiento a miles de palestinos inocentes. También, a israelíes, por supuesto. Aun así, es de rigor exigirle a Tel Aviv una mayor responsabilidad en reconducir esta situación y no desde el militarismo y la fuerza, sino desde el entendimiento con la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para orillar y arrinconar a los fanáticos. Eso no va a pasar. Israel clama venganza contra un adversario débil, pero no desarmado, que va a pasarlas muy mal, porque quienes van a sufrir un mayor escarnio son los civiles. Alterar esta equívoca realidad es cosa de Israel ahora. La espiral de la violencia que Tel Aviv ha manejado durante estas últimas décadas no le ha salido bien, porque ha sido Hamás quien ha decidido actuar antes y coger completamente por sorpresa a Israel. Pero esta pretendida reacción ante una agresión, insisto, no debe hacérsela pagar a todos los palestinos, sino solo a los culpables.

Tristemente, no parece que vaya a ser así. Conocemos las tácticas de Israel porque son las mismas que se han llevado a cabo siempre hasta la fecha: intervenir y provocar el mayor daño posible. No será la primera vez que el Ejército hebreo despliegue todo su poderoso arsenal militar en Gaza; no va a ser la primera ni la última vez que cuando se produzca el balance final de víctimas totales haya una abrumadora desproporción entre las israelíes y las palestinas, pero eso no será ningún consuelo para nadie, sino la incubación de nuevos agravios, ante la falta de políticas de entendimiento. Aunque haya un hebreo muerto por cada tres o cuatro palestinos, eso no resarcirá a los líderes hebreos, porque aspiran a destruir al pueblo palestino, que deje de existir; ni a los fanáticos de Hamás que declarará a los suyos mártires. Esta acción absurda, imprudente y criminal de Hamás solo trae consigo más dolor y ruinas. Por eso, sería importante que la comunidad internacional actuara de otra manera. Comprometerse con Israel sí, pero una vez condenada la acción de Hamás, recordarles que ellos tienen una parte de culpa. Porque el problema no es nuevo, sino viejo. Porque Israel, cuando a conveniencia, ha intervenido en los territorios palestinos como agresor, pero ahora que se han vuelto las tornas, se presenta como víctima. Lo es. Nadie debería haber muerto, ningún gobierno debería ayudar a Hamás en su pérfida estrategia del terror por el terror, pero la única manera de evitarlo no es utilizando armas más potentes y una fuerza todavía más letal, sino con la paz. Seguramente, en esta situación de movilización, planes de ataque y repulsa nadie escuchará un mensaje así. La paz ¡idiotas! Es la única manera de encarar con cierta entidad lo ocurrido. Más violencia solo conduce a más muertos.

Una escalada de la fuerza como la que se está llevando a cabo solo puede acabar con un resultado: el horror. Los palestinos están hoy a merced de una tormenta de fuego y acero. Y me refiero a los palestinos atrapados entre los israelíes más recalcitrantes y los extremistas de Hamás. A ellos hay que rescatarlos de esta locura y a todos los civiles inocentes.

Doctor en Historia Contemporánea