Hay divorcios que acaban en agrios y eternos rencores. Otros se adaptan a las circunstancias como pueden. El divorcio del Brexit se saldó con dos años de permanentes disputas que solo se han dado por finalizadas el pasado mes de febrero con el acuerdo que resolvió el espinoso tema de las fronteras entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Ahora, las aguas han vuelto a su cauce, o eso parece. Los exconsortes se dejan fotografiar juntos otra vez, pero poco más.

Una digestión difícil

La llegada de Rishi Sunak al gobierno ha permitido casi normalizar las relaciones entre el Reino Unido y Bruselas. Superados los últimos escollos, el premier británico se reunió a primeros de este mes con Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, para sumarse al programa de investigación Horizonte Europa y al sistema satelital de la Unión Europea, Copérnico. Sunak tiene que hacer ejercicios de funambulismo político en todo lo concerniente a las relaciones con la Unión Europea para evitar enfrentamientos con el ala más euroescéptica, muy aguerrida, en su propio partido.

Sin embargo, cuando se trata de tender puentes a Europa son los laboristas los zapadores más firmes. El líder de la oposición y enterrador de las políticas de Jeremy Corbin, Keir Starmer, ha confirmado que no quiere plantear el regreso del Reino Unido a la Unión Europea. Sí quiere revisar, sin embargo, algunos de los acuerdos para poder equiparar las cualificaciones profesionales; acuerdos de equivalencia en servicios financieros; incluso un nuevo pacto en materia de seguridad. Un numeroso grupo de votantes laboristas no quieren ni oír hablar de ello y los conservadores le han acusado de querer dar marcha atrás al Brexit. La postura de Starmer parece un dislate: los demás países europeos ya tienen sus propios problemas y volver otra vez a una negociación con el Reino Unido que acaba de abandonar el club no parece ser la prioridad de ninguno de ellos.

A día de hoy, y a falta de más de un año para las elecciones generales, los analistas políticos dan como probable la victoria de los laboristas frente a un Partido Conservador con falta de un liderazgo fuerte. Tampoco la economía les sonríe a los conservadores y aunque la macroeconomía les ha dado un par de felices respiros últimamente, la micro, es decir, la del bolsillo de los ciudadanos y ciudadanas, sigue un camino tortuoso que marca una polarización social cada vez más acentuada con la educación y la sanidad como principales sensores. El precio de la vivienda, inalcanzable para los jóvenes, es otra de las lacras que asola el país y a la que el gobierno conservador no ha sido capaz de dar una respuesta sólida. Miles de jóvenes trabajadores viven en caravanas a lo largo y ancho del país.

Por otra parte, se ha filtrado estos días que el gobierno de Sunak quiere volver atrás en algunas iniciativas que había tomado en defensa de posturas medioambientalistas. El retroceso de la decisión ha sido duramente criticado no solo por los activistas, científicos y los partidos de la oposición, sino también por algunos de los diputados conservadores e incluso por la propia industria. El cambio de última hora no ha sentado nada bien en una sociedad donde la conciencia ambientalista ha ganado muchos enteros. Hasta Boris Johnson ha criticado la postura de su jefe de filas, más por oportunismo político que por otra cosa.

Este fin de semana, el Partido Conservador celebrará su última conferencia anual antes de las elecciones y lo que está claro es que el país, en su conjunto, no ha hecho todavía la digestión del Brexit. Tampoco es de extrañar; ha sido como tomar una ensalada cocinada por unos lunáticos que interpretaron al revés los cánones gastronómicos.

Para aliñar la ensalada, se dice que, hacen falta un tacaño para el vinagre, otra generosa para el aceite, un moderado para la sal y un loco para darle muchas vueltas.

Liz Truss, anterior primera ministra, se excedió con el vinagre y sus medidas económicas produjeron una enorme acidez en todo el país, David Cameron no quiso añadir suficiente aceite para condimentar la permanencia en Europa y se retiró de la escena.

El papel de loco lo cumplió Boris Johnson que no paró de dar vueltas al aliño al que contribuyó con varios escándalos de su cosecha. ¿Y la sal? Pues quizás la ponga el actual primer ministro Rishi Sunak, que se ha ganado fama de moderado, sí, pero también de soso. Él será quien tenga que “cocinar” el próximo congreso conservador y no lo tendrá fácil.

Periodista