HOY en día hay pocas cosas que nos pillen de improvisto. Digamos que vivimos en un tiempo en el que tenemos suficientes herramientas como para ser conscientes de lo que recogeremos en el futuro porque lo vamos sembrando poco a poco. El cambio climático es un buen ejemplo. Sin embargo, aunque las alarmas y advertencias están ahí preferimos protegernos de la preocupación que ello nos puede generar mediante posiciones de lejanía, bien rebajando su importancia o bien tratando de convencernos de que poco puedo hacer yo con lo mío. Esta semana la Fiscalía General del Estado ha alertado de un “alarmante” incremento del 116% de las agresiones sexuales perpetradas por menores en el Estado español en el último lustro, entre el año 2017, cuando se registraron 451 causas, y 2022, cuando hubo 974. Un estremecedor informe que llueve sobre mojado dado que ya venimos tiempo atrás con avisos de multitud de profesionales sobre que esta realidad nos va a estallar en la cara. Una carencia de una adecuada formación en materia ético-sexual y el visionado inapropiado y precoz de material pornográfico violento se encuentran entre las razones de este más que preocupante incremento de los delitos de menores. Coincide este análisis con el preestreno por parte de ETB de una serie documental que ha bautizado como Generación porno, en la que nos ofrece mediante testimonios reales cómo es el acceso de nuestros y nuestras menores al porno. Los datos están ahí y nos interpelan directamente porque nuestros hijos e hijas son nuestra responsabilidad directa. Quizás el acceso a material inadecuado no está en casa, sino a través de la cuadrilla. O está en el hogar sin un control preventivo. Sea como fuere, el problema (porque lo es) ya está aquí y no podemos mirar a otro lado. Detectar, dialogar, ayudar. Cercanía en vez de lejanía.