NUNCA se ha hecho menos el amor que ahora. No me lo invento. He leído que la actividad sexual de los jóvenes está cambiando de parámetros velozmente. Aclaro que escribo de oídas, como se pueden imaginar. Según cuenta una afamada psicóloga de la Universidad de San Diego, Jeane M. Twenge, las relaciones entre seres humanos se están virtualizando a marchas forzadas. Añade que la abstinencia sexual de los veinteañeros y de los aún más jóvenes es un fenómeno desconocido hasta ahora. Dicen que, entre otros motivos, mucho tiene que ver con la sustitución gradual del ocio presencial por alternativas on line. Es decir; la fantasmagoría se impone a lo real. El fenómeno es universal. Qué pena.

Otro tanto le viene a suceder a la política. Y es que los parámetros parece que se están mudando a la velocidad del rayo. Sólo hay que estirar un poco el cuello para sentir el escalofrío de los cambios que amenazan lo que hasta ahora han sido las referencias del desempeño político. Lo acabamos de ver en las últimas elecciones en el Estado.

Aquello de que “el dato mata el relato”, es decir que lo empírico se impone a la interpretación ha pasado a la historia. Ahora es el relato lo que se impone y si está bien cocinado y condimentado mejor, aunque pierda su sustancia. El gobierno de Sánchez ha sacado más que un suficiente de nota en el tema económico y social, pero los gurús de la comunicación de la derecha han establecido que en el ring no entren los “temas menores” como la ley del ingreso mínimo vital, las ayudas sociales, el aumento del salario mínimo, o la propia ley de eutanasia. Total para qué; son meras fruslerías. No sé si son los politólogos o los psiquiatras los que deberán de explicar la aceptación de esta inconsistencia majadera.

A mí aún me queda la esperanza, cantaba Julio Iglesias, ese exuberante y bronceado trovador universal siempre en pose conquistadora. Lo repite también Ken Loach, director de cine británico y dignificador de la clase obrera. Cuando la gente pierde la esperanza vota al fascismo, dice el cineasta.

Tengo algunos amigos y conocidos emboscados entre el pesimismo y la desazón constante. Y aunque sea cierto que el ambiente, cualquiera que sea el marco geográfico al que nos vayamos, no es muy acogedor, abandonar la esperanza tampoco me parece la mejor de las ideas. Necesitamos asideros, pero también escuchar a los demás. Hay demasiada gente que solo se atiende a sí misma.

Algunos parecen tener las orejeras metidas a machamartillo. Ni el PP ni Vox querían escuchar el parecer de Miguel Delibes, presidente del Consejo de Tramitación de Doñana sobre la ampliación de los regadíos en dicho parque. Ahora han rectificado su terquedad y parece que se avienen a oír las palabras del científico. No sé si el cambio de parecer tiene más que ver con la cosmética que con el convencimiento.

El mes pasado tuve la oportunidad y el gozo de escuchar, en mayúsculas. No se trataba de una personalidad distinguida en su campo o un político en la arena electoral. No. Fui a escuchar a tres coros vizcainos en el municipio de Lezama, más concretamente en su distinguida iglesia del siglo XVII.

En esta época de cursilería gratuita y de extravagante exhibicionismo la sencillez elegante de las corales con su esfuerzo y trabajo bien hecho me elevaron la moral y la esperanza de que no todo discurre por derroteros difíciles y amargos.

Me vinieron a la cabeza los coros parroquiales de mi niñez, que eran una forma de ahuyentar el tedio y la pobreza cultural del franquismo. Los coros daban vida a muchos de los pueblos y barrios de entonces. Eran también un esfuerzo por recuperar nuestra identidad amenazada en aquellos años.

Estos tres coros, con su entusiasmo colectivo, su naturalidad, dedicación y un espíritu de colaboración entre gente de pensamientos plurales e incluso procedencias, hacían que todas las melodías parecieran de su talla. Un palpable ejemplo de la importancia y veracidad de las cosas sencillas alejadas de tanto fuego de artificio.

Espero que esas canciones y que todo ese magnífico trabajo de los coros no queden nunca escondidos entre las brumas del pasado. No parece que vaya a ser así. Debemos mucho a los coros, a su generosidad y en muchos casos a su talento. Las cosas buenas del pasado también pueden tener un brillante porvenir, más aún en estos tiempos donde la esperanza parece ausente. l

Periodista