LA Política siempre fue algo serio y, sobre todo, trascendente. Las ideologías no solo nos indujeron a elegir a quienes debían dirigir nuestros destinos, sino que fueron determinantes a la hora de conformar nuestro esquema convivencial e influir en nuestros comportamientos cotidianos. Cada una de las ideologías imperantes exigía un modo de obrar muy concreto y determinado, siempre diferente al de las otras ideologías o credos, de modo que se fueron creando grupos políticos que, cada uno desde su propia exclusividad, defendía la construcción de un modo y modelo de sociedad diferente de los demás. Sin embargo, la evolución ha conformado un nuevo modelo: las ideologías apenas tienen que ver con el origen de las palabras que las nombran, las definen y las divulgan. Comunismo, socialismo, nacionalismo o anarquismo solo son palabras del ayer, porque desde hace una década, más o menos, los líderes políticos han dejado de usarlas en su justo y preciso significado. Ahora, ciñéndonos a los términos usados en España, otras palabras han venido a sustituirlos, por cierto, palabras de significados e identificación mucho más restringidos y rigurosos.

Política y progreso

Veamos los términos usados en el lenguaje político actual de nuestro país. Ciudadanos, Unidos, Podemos, Sumar son algunos de los nuevos nombres de las formaciones políticas, a las que se adscribe a uno u otro lado del escaparate político –izquierda o derecha–, sin que vaya por delante ningún tipo de debate o análisis. Es decir, que todos somos ciudadanos y todos podemos, ya vayamos unidos o separados… Y todos estamos dispuestos a sumar, aunque llegue a resultar muy poco halagüeño y eficaz sumar cantidades y conceptos diferentes e, incluso, contrarios entre sí. Pero el debate políticos partidista solo merece ser tenido en cuenta cuando se ejerce con rigor, cuando se suman cantidades que responden a conceptos homogéneos que ofrezcan como resultado último algo que se considere eficaz, algo que redunde en consecuencias beneficiosas para los ciudadanos.

A fuerza de ser rigurosos, los términos que definen las ideologías resultan ser contundentes en su significación, pero en los últimos tiempos se prestan fácilmente a juegos y especulaciones. Veamos. “Comunismo: doctrina que aspira a la colectivización de los medios de producción, a la repartición según las necesidades, de los bienes de consumo, y a la supresión de las clases sociales”. Algo más suave (y siempre según el Diccionario) el “socialismo” es una doctrina que propugna “una distribución más justa de la riqueza, y condena la propiedad privada de los medios de producción y de cambio”. Mucho más allá, el anarquismo se desembaraza de casi todos los controles y preconiza la supresión del Estado. Y más acá, el conservadurismo se define como una tendencia o actitud de los que son contrarios a las innovaciones políticas y sociales. Y bien, desde hace algunos años las antiguas ideologías han dejado paso a estas nuevas y actuales en las que solo nos comprometemos a “poder” (Podemos), a Sumar (sin especificar qué ni con qué finalidad), o a proclamarnos Ciudadanos. En estos parámetros nos movemos, precisamente ahora que nuestra sociedad reclama acciones rigurosas que garanticen, o al menos faciliten, nuestra seguridad y nuestra felicidad.

Vivimos tiempos de pusilanimidad e incertidumbre. Tememos al futuro porque hemos construido un presente poco halagüeño en el que son demasiadas las amenazas, y preferimos que sea la rutina la que nos lleve de aquí para allá, más preocupados por seguir a cualquier precio que aventurarnos a cambiar los itinerarios o los destinos.

¿Qué podemos hacer, ahora que las ideologías nos han abandonado y nos han convertido en meros sufridores, tan proclives a aceptar nuestra desilusión y nuestra derrota como cobardes ante el Mundo que nos arrasa y convierte nuestras vidas en meros viaje entre la nada del pre-nacimiento y la nada de la muerte? Eso que llamamos progreso con ufanía bien merece que hagamos una reflexión profunda. La Política no solo nos exige esfuerzos y nos conduce al éxito o al fracaso, sino que debe obligarnos a hacerla útil para todos, incluso a convertir el pasado en fuente de saber, y el futuro en remanso de esperanza.

“Porque si la aventura del progreso, tal como hasta el día la hemos entendido, ha de traducirse inexorablemente en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la autocracia y la desconfianza; de la injusticia y la prostitución de la Naturaleza; del sentimiento competitivo y del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre por el hombre y la exaltación del dinero, en ese caso, yo, gritaría ahora mismo, con el protagonista de una conocida canción americana: ¡Que paren la Tierra, quiero apearme!”, tal como escribió Miguel Delibes, en su libro Un Mundo que agoniza.