HACE año y medio que Aitzol, un buen amigo, vive y trabaja en Copenhage y hemos aprovechado el fin de semana para visitarle. Es un gran anfitrión y nos ha guiado a hacer la turistada completa. Visita al Palacio de Christiansborg, destino obligado para los fans de Borgen y curioso caso en el que los tres poderes comparten sede; paseo por Christiania, barrio hippy donde encontrarás más tiendas de souvenirs que ejemplos de vida alternativa y foto de rigor en los típicos mercados navideños, entre los que destaca Tívoli, parque de atracciones espectacularmente iluminado para la ocasión. Durante tres días hemos recorrido la ciudad esquivando bicicletas, medio de transporte más utilizado y, con toda seguridad, principal causa de mortalidad de Dinamarca. Bromas aparte, si tuviera que definir Copenhage con tres adjetivos diría que es una ciudad bonita, limpia y fría. Pero me dejaría uno que le hace justicia: es una ciudad cara.

Otro asunto que me ha llamado la atención es la cantidad de carritos de bebé que se ven por la calle. Y eso me ha despertado curiosidad y me ha llevado a querer saber cuál es la razón por la que esto sucede. Porque sí, sucede. La tasa de natalidad de Dinamarca es una de las más altas de Europa y eso no ocurre por casualidad; es el resultado de poner en práctica políticas públicas que permiten a los y las jóvenes desarrollar un proyecto de vida pleno. Atracción y retención de talento valiéndose de un sistema educativo de primer nivel; un clima de estabilidad política y económica que permite asentarse a empresas competitivas que pagan salarios altos y se creen las medidas de conciliación y una apuesta clara por el acceso a la vivienda, valiéndose de dos vías: gran parque público y facilidades para financiar la adquisición. Es el camino que ha tomado Euskadi y no hay espejo mejor para mirarse. A nuestras instituciones les pido que sigan; a Dinamarca, en cambio, que nos devuelva a Aitzol, que allí se vive muy bien pero aquí le echamos mucho de menos.