Pasó Pedro Sánchez por Gasteiz el sábado y reiteró que el impuesto extra a energéticas y banca seguirá adelante. Lo dijo para salir al paso del último informe del Banco Central Europeo (BCE) y su preocupación por el efecto que podría tener la medida en la circulación del crédito, que como ya hemos aprendido, es el riego sanguíneo de la economía.

Ayudaría que no parezca que cada cual va por libre. Venimos de un mensaje claro de la Comisión Europea en favor precisamente de recurrir a una tasa excepcional sobre los beneficios extraordinarios –los corrientes tienen el impuesto de Sociedades– del sector energético y con eso pensábamos que se había apaciguado el debate. A situaciones coyunturalmente imperiosas, medidas coyunturalmente directas.

Pero se diría que en el BCE ha podido el perfil sectorial de sus técnicos –ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor– al cuestionar que la medida se aplique al sector bancario. El propio regulador europeo, en línea con lo que viene haciendo la Reserva Federal en Estados Unidos, está jugando a subir tipos para contener la circulación de dinero barato y poner freno a una inflación que está desbocada. Todos saben que, por esa vía, el crédito se va a retraer –por encarecerse– de un modo mucho más intenso que por una tasa temporal sobre beneficios. Así que no queda claro a cuento de qué viene la advertencia, cuando ya se descuenta que el BCE subirá de nuevo el precio del dinero en unas semanas. En todo caso, también es preciso que quede nítido que la obtención de recursos públicos extraordinarios sea coherente. Esto es, que se aplique sobre las ganancias sobrevenidas y no, como en algún caso se ha sugerido, sobre la facturación extraordinaria. Basta leer cualquier balance para saber que facturar no equivale a obtener beneficio. Pero, una vez despejada esa frivolidad, adelante con los faroles, Sánchez.