TODO apuntaba a que la noticia más importante de la semana pasada sería la retirada del que para muchos, también para mí, ha sido el mejor tenista de la historia, Roger Federer. Pero el domingo conocimos un acontecimiento que ha revolucionado las redes: Risto Mejide y Laura Escanes se separan. Lo anunciaron, como no podía ser de otra manera, a través de Instagram. Reconozco que, aunque no soy seguidor ni del publicista ni de la influencer, me he enganchado a esta interesante historia de (des)amor.

Fruto de este interés, he llegado a un vídeo de la pareja en el que, mientras hablan de sus asuntos como lo hace cualquier otro matrimonio, en directo y ante miles de espectadores, ella se enfada cuando él afirma que tarde o temprano la relación terminará porque “todo lo que empieza tiene que acabar” y “las cosas jamás duran eternamente”.

No sé si lo que dice Risto es cierto, pero no deja de ser la verbalización de una realidad cada vez más extendida: la cultura de lo efímero. Esa tendencia que nos lleva a vivir el presente sin preocuparnos por el futuro. Y es que saber que algo va a terminar nos libera de la responsabilidad de cuidarlo y del peso de trabajar cada día para preservarlo. Esto, que está bien para las relaciones sentimentales porque con su vida, faltaría más, cada uno hace lo que le da la gana, me preocupa cuando se traslada a la política. Y está ocurriendo. Porque cada vez son más numerosas las posiciones cortoplacistas, efectistas y que buscan generar un impacto instantáneo. Generalmente, son posturas mantenidas por determinados partidos de oposición desde la tranquilidad y la comodidad que implica no gobernar, no rendir cuentas y, sobre todo, no hacerse responsable de las consecuencias que tendrán mañana las decisiones que se toman hoy. Viendo algunas actitudes, parece que saben, además, que tampoco tendrán que hacerlo en un futuro. Y esperemos que así sea, porque no sé si todo acaba, pero algunos tienen la indudable capacidad de acabar con todo.