EL pánico comprador es el signo de nuestro tiempo. Ya corrimos a revestir las paredes de casa con rollos de papel higiénico como para defecar tres vidas y ahora temblamos ante el temor a quedarnos sin hielos para el gin-tonic. Algo querrá decir que el paladar y el esfínter, alfa y omega, determinen nuestras preocupaciones. Las sensaciones se gestan entre ambos, pero el cerebro –ubicado por encima de ellos y también por algo será– está relegado a poner en orden el listado de tragedias resolubles en el súper. Acabaremos sellando cartillas de racionamiento de refrescos de cola. Por la escasez de... ¿sentido común? l