EN plena crisis sobrevenida, hay más empleo del imaginado y acecha una inflación temible. Dos realidades conviviendo bajo sesgos tan antagónicos. Llenos hoteleros históricos, atascos playeros insufribles, beneficios desbordantes en el Ibex, consumo desbordado con precios descontrolados, y, desde luego, más vulnerables y ricos cada día en el padrón. Sin embargo, a la par, sin otra razón aparente que la incógnita sobre la invasión militar rusa en Ucrania, aparece inoculada una extendida sensación de temor al otoño. Pura esquizofrenia. Como si no hubiera otra salida que el puro ejercicio de resiliencia. O, simplemente, hablamos de mera supervivencia.

Tiene razón suficiente Sánchez para encorajinarse. Pareciera como si hubiera perdido aquella chispa de suerte, aquel duende que le sacaba del atolladero cada vez que se asomaba al precipicio. Ahora, se juega la baza de la comunicación intencionada con voces en absoluto sanchistas para así no alarmar y aglutinar a los descontentos y en unas horas los jueces conservadores le dinamitan su propósito con un hachazo escalofriante a la credibilidad del socialismo andaluz por la vía de la inapelable sentencia de los ERE. Apenas disfruta un rato del dato más halagüeño de los ciudadanos que tienen trabajo y en un abrir y cerrar de ojos la inflación se va al 10,8%, pulverizando todas las buenas intenciones. En medio de esta encrucijada, solo le queda el aire fresco de la buena voluntad de la unilateralidad de ERC. Al republicanismo independentista le basta de momento en la mesa del diálogo con un guiño al catalán y, de paso, 500 millones para apañar los próximos Presupuestos. Ya irán subiendo el listón cuando toque.

El presidente se va enrabietado a descansar. Es muy posible que, por fin, se haya dado de bruces con la realidad. Que las lisonjas de la cumbre atlantista son fantasía, que no rentan en los sondeos ni entusiasman a la opinión publicada. Que, sobre todo, el pueblo llano empieza a quejarse con más fuerza porque se le hace imposible aguantar la carestía de la vida. Que el ciudadano medio no ve seguro su futuro inmediato. Que las encuestas le son muy desfavorables. Que ha terciado por declarar la guerra a los más poderosos, a los mismos que no llorarán el día que se marche, a esos a quienes señala abiertamente con el dedo como los enemigos que le mueven la silla para que llegue cuanto antes el cambio de ciclo.

Sabe que los hados no le son favorables. Por eso, antes de irse de vacaciones deja el mensaje de ese plan urgente del ahorro energético y, en especial, de ese reto a la Unión Europea para que se atreva a acometer una necesaria reforma del mercado de la energía, al que acudiría con las ideas bien claras. En cuestión de resiliencia, pocas dudas con Sánchez. Ahí queda el aviso del (no) impuesto a las ganancias de la banca y las eléctricas. Sabe que es mucho más que un torpedo recaudatorio contra el poder económico y que, incluso, hasta se diluya en el limbo de las diatribas constitucionales por las dudas legales que genera. La cuestión es otra. A él le importa especialmente cómo queda reforzada ideológicamente su imagen, y la de su gobierno de izquierdas, ante ese electorado que siempre aplaude la lucha contra el poderoso y, más aún, cuando contemple irritado la procesión de demandas de los afectados ante los tribunales.

Para entonces, es muy posible que la estridente Laura Borràs ya conozca su suerte. El estandarte catalanista de la obstinación y resistencia numantina, adornado de un insufrible lenguaje guerracivilista, ha desquiciado al propio frente soberanista. El deplorable espectáculo retransmitido de su falta de respeto a la Justicia y a la esencia democrática complica la credibilidad neoconvergente. Con semejantes sainetes resulta más fácil de entender la consolidación del PSC en las preferencias del voto, ya que sigue aprovechándose del apaciguamiento de la rebeldía del Govern y, en especial, de la pésima convivencia entre quienes impulsaron el procés, reducido a estas alturas poco menos que a una entelequia ilusionante.

Así las cosas, otra vez la toga sobre la suerte de la política. En Catalunya llueve sobre mojado. En este caso, la movida se traslada a Andalucía. El más que probable indulto al histórico socialista Griñán, quizá el último pagano de una despreciable red de golfería, polarizará la vuelta de las vacaciones políticas. Al envite acudirá raudo el PP luciendo el cuchillo en los dientes sin ponerse colorado al criticar la corrupción ajena. l