LA segunda ola de calor extremo que nos está afectando en apenas un mes y que está dejando temperaturas extraordinarias en buena parte de Europa, y en especial en la península ibérica, ha hecho encender la alarma roja. No solo literalmente, después de que el Gobierno vasco se haya visto obligado a activar la emergencia en Euskadi, con temperaturas que pueden alcanzar los 43º. Más allá de que el sofocante y prolongado calor está generando graves perjuicios incluso para la salud humana –en solo cinco días se han producido en el Estado 360 muertes atribuibles a las altas temperaturas–, este episodio debe provocar también que se enciendan todas las alarmas respecto a los graves efectos que ya está teniendo el cambio climático y que amenazan el futuro del planeta y de la humanidad. No será por falta de evidencias y advertencias. El pasado mayo, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) ya informó de que este tipo de fenómenos como las olas de calor, inundaciones y sequías se van a suceder cada vez con mayor asiduidad y magnitud. El pasado año, cuatro indicadores clave del cambio climático registraron valores sin precedentes, según la OMM: concentraciones de gases de efecto invernadero, subida del nivel del mar, contenido calorífico de los océanos y acidificación de los mares. Es una evidencia de que las actividades humanas están provocando cambios a escala planetaria en la tierra, los océanos y la atmósfera. Una de las consecuencias más devastadoras de este calentamiento global es el incremento del nivel del mar, que según las estimaciones provocará que en 2050 la costa de Euskadi sufra una pérdida de hasta el 18% de superficie de playas. Otro de los efectos más visibles e inmediatos es el riesgo de incendios cada vez más intenso. Nafarroa ya padeció en junio devastadores fuegos por toda su geografía, que arrasaron unas 15.000 hectáreas de terreno. En buena parte de la península las llamas están devorando superficie forestal. Asumida la seria advertencia por parte de los expertos de que las olas de calor van a continuar repitiéndose e incluso van a ser más frecuentes, intensas y duraderas y en medio de una crisis energética mundial, resulta cada vez más urgente llevar ya a la práctica el compromiso global de lucha contra el cambio climático, probablemente el reto más trascendental que afronta hoy el mundo. l