Creo que uno nota lo mayor que se ha hecho cuando empieza a sacarle reflexiones pretendidamente profundas a las cosas que antes solo eran divertidas. Para ser justos, pongo desde ya en alerta a quien se haya visto seducido o atraída por el titular: esto no va a ser 50 sombras de Grey.

¿Estamos hipersexualizados desde demasiado pronto? ¿Jugamos al atractivo sexual cuando aún no sabemos las reglas de la partida? Me lo pregunto porque paseo por la calle y muchos de nuestros niños y niñas son versiones adolescentes de los iconos recauchutados de las redes y los realitys. No soy de ponerle edad al sexo; ni cuándo debe empezar ni cuando debe dejar de practicarse. Lo que sí creo es que en el catálogo de lolitos y lolitas, ellas salen perdiendo si asumen un papel de mero estímulo visual. No veo suficientes adolescentes empoderadas en minishorts ni chavales que primen comentarios sobre la estética de sus amigas en términos de igualdad. ¡Ojo!, que esta generación tampoco se pasea babeante detrás del sexo opuesto y acabará desterrando al baboso con dos copas que se desinhibe dando mucho asco.

Pero, de momento, en Sestao –como en cualquier otro municipio, no hay estigmas locales– una noche de fiesta ha vuelto a mancharse con casos de abuso sexual. No nos confundamos: esto no va de cómo se viste cada cual pero no somos seres asexuados y hay más iconografía sexual que información en redes, webs y televisión. Y, en ese marco, hay quien cree que el problema es la educación en las aulas. Así nos va.

El Tribunal Supremo absuelve a un joven de 22 años por una relación sexual consentida con una cría de 15 porque ve en ambos la misma de madurez mental, sin aclarar si es la madurez de los 15 o los 22. La entrepierna madura sola pero al cerebro hay que educarlo. ¡Dios, qué mayor me he hecho!