A crisis de las diplomacias de Madrid y Argel es otra gran ocasión de medir el peso, la influencia y la dimensión real de la partitura que toca cada cual en el concierto mundial. Con esa costumbre tan de Sánchez de afrontar los problemas como si no tuvieran pasado ni futuro, solo un obstáculo a salvar sin mirar lo que hay detrás, se ha abandonado la responsabilidad histórica hacia los derechos del pueblo saharaui y para alinearse con la estrategia expansionista de Marruecos. La consecuencia, un cabreo monumental de Argelia que ha llevado la crisis diplomática a la mesa de juego de la UE en Bruselas. Eso ya da la medida de dónde reside la influencia española en el Magreb. Para empezar, porque en los intereses franceses han hecho y deshecho lo que ha querido en la región sin implicar a nadie más. Ahora, el mero hecho de que España pretenda lo mismo -jugando a pequeña, eso sí- ha creado una marejada, que tampoco un maremoto. Como escribió Atahualpa Yupanqui, “las penas y las vaquitas se van por la misma senda; las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”. A los saharauis, la voluntad de París, siempre, y de Madrid, ahora, les dejan las penas mientras tratan de sacarles toda la leche a las vaquitas de su país. La explotación pesquera del banco atlántico sahariano, la mineral de las tierras del desierto y la siempre expectante de hidrocarburos en uno y otro. En Tinduf no hay vaquitas para otra generación impaciente pero sobran las penas. Además, a los saharauis les han hecho arrieros de otra partida en la que el flanco sur europeo, tan inestable por las corrientes migratorias y la amenaza del yihadismo, puede sumar ahora una tensión energética y estratégica con Argelia que le vendría de perlas a Rusia, por cierto.

Acarrear tantas penas requiere altas dosis de eso tan de moda que es la resiliencia. Es muy importante adaptarse y sobreponerse, sí. Pero no es ético pedirles silencio y paciencia. Hay que devolverles las vaquitas.