ARA según qué gente la playa que ya se nos viene encima tiene un sinfín de cualidades pero hay dos por encima de todas: se puede ser realmente feliz con el aire dándote en la piel y la mar refrescándote y a la vez sentirse un vagabundo, derrengado en los arenales. Para los amantes de este estilo de vida nunca es suficiente el tiempo que uno permanece en la orilla; el sabor del aire del mar sin contaminación, fresco y libre es como un pensamiento fresco y calmado; todo te relaja.

Digamos que ese es el momento poético de estos días que se avecinan, la postal que enviar al resto de los meses, sobrecargados de angustias y trabajos; de compromisos y un sinfín de ajetreos que pesan un quintal. Hay, por supuesto, una legión que apuesta por los viajes urbanos o por la ascensión a las montañas. Cada cual busca sus vías de escape pero a nada que usted, que lee esta columna ahora mismo, sea amante de la plaza sabe bien de lo que le hablo.

Me van a permitir que les comente una de mis sensaciones más profundas; que los tres grandes sonidos elementales de la naturaleza son el sonido de la lluvia, el sonido del viento cuando azota y el sonido del océano cuando se recuesta en una playa. Uno lo escribe así y se deja llevar, se mece en los recuerdos. Uno no piensa en los socorristas que todo lo vigilan desde la distancia media; uno no mide la basura que genera en una temporada de playa, por mucho que se afane en no dejar huella alguna. Ahora que comienza la cuenta atrás pero que todavía no se han encadenado esos días de ocio repantingado, no está de más pensar en que ya hay una cohorte del ejército de las playas preparándolo todo, un ejército de hombres y mujeres que se han ejercitado para trabajar de lo lindo en estos meses. Ellos buscarán disfrutes en otros días pero hoy se preparan para estar ojo avizor. Quizás no sientan así pero para los practicantes de la arenología hay una realidad inquebrantable: La verdadera libertad está en la playa.