I ha habido un bilbaíno con opiniones contundentes, ese ha sido Don Miguel de Unamuno, pues nunca dudó en expresar con claridad aquello que pensaba, ya fuera sobre arte y literatura, ciencia, política o sobre costumbres sociales. Don Miguel no se callaba. Nada le importaba al más universal pensador, escritor y poeta bilbaíno despertar las iras de los políticos, los militares, los curas o los sectores sociales aludidos por sus palabras y escritos.

Don Miguel asumía la filosofía vital de los persas, según la relata Heródoto: un hombre de verdad nunca miente, dice lo que piensa, al contrario que los griegos, para los que la capacidad de engañar a los demás con palabras falsas era gran una virtud: la astucia de su admirado Ulises.

Don Miguel era consciente de la importancia del deporte en su época pues se estaba convirtiendo en el elemento vehicular de las filias y las fobias sociales, y válvula de escape de las tensiones de grupo. Algo que en nuestros días ha llegado al extremo.

Unamuno fue uno de los primeros pensadores del 98 en reflexionar sobre el hecho deportivo. Por eso resulta interesante y actual conocer hoy sus opiniones sobre el entonces naciente deporte moderno.

El pensamiento de Don Miguel coincide con las ideas desarrolladas por la Institución de Libre Enseñanza, que propugnaba el desarrollo moral, intelectual, cultural y físico como medios para alcanzar el progreso social y consideraba la práctica deportiva como fuente de salud física, instrumento educativo, factor de cohesión social y origen de valores compartidos, en base a tres ejes de acción que la diferenciaban de modelo pedagógico entones vigente: el desinterés por la simple gimnasia salvo como elemento médico, el desinterés por los llamados batallones escolares y otras formas ritualizadas de patriotismo y el fomento de los juegos corporales, embrión del atletismo moderno.

Unamuno critica la conversión del deporte en una misión patriótica que se opone a la educativa y rechaza la utilización del deporte con fines políticos. Así mismo, critica la vanidad del deportista profesional, aunque respeta la práctica individual de cada deporte.

Según Unamuno, "¡Pan y toros! era la divisa de los que querían tener al pueblo en perpetuo troglodismo, en barbarie infantil. Y no hay mucha diferencia de esta divisa a esta otra: ¡Pan y pelotón! O a aquella otra de: ¡Pan y catecismo! Sería mucho mejor decir ¡Pasto y deporte! Porque deporte no es precisamente juego. (...) El juego es algo muy serio; el deporte no. Y lo que con vocablo inglés llamamos un sportsman, un deportista, suele ser un señorito frívolo que no siente la pasión, la noble pasión del juego de la vida".

Para Unamuno el profesionalismo es fuente de problemas de salud a medio y largo plazo en aquellos que lo practican y afecta a sus valores.

Escribe don Miguel en su obra Del sentimiento trágico de la vida: "¿Sabéis lo que es un profesional? ¿Sabéis lo que es un producto de la diferenciación del trabajo? Aquí tenéis un profesional del boxeo. Ha aprendido a dar puñetazos con tal economía, que reconcentra sus fuerzas en el puñetazo y apenas pone en juego sino los músculos precisos para obtener el fin inmediato y concentrado de su acción: derribar al adversario. Un voleo dado por un no profesional podrá no tener tanta eficacia objetiva inmediata. Pero vitaliza mucho más al que lo da, haciéndole poner en juegos casi todo su cuerpo. El uno es un puñetazo de boxeador; el otro de hombre. Y sabido es que los Hércules de circo, que los atletas de feria no suelen ser sanos. Derriban a los adversarios, levantan enormes pesas, pero se muere de tisis o de dispepsia".

Este pensamiento unamuniano contrario al profesionalismo al uso político del deporte tuvo un curioso antecedente a cuenta del jiu-jitsu en Bilbao en 1908.

Aquel otoño llegó a la villa un luchador japonés profesional de jiu-jitsu llamado Raku, Según cuenta el propio Unamuno: "En mi casa y en la mesa, a la hora de comer, mis dos hijos mayores no hablaban de otra cosa que de Raku, comentando sus proezas profesionales en el circo. Por la calle seguía Raku una procesión de muchachos, y cuando iba al café le rodeaban en la mesita situada en la acera de la calle. Raku fue durante unos días el héroe popular en Bilbao y Vizcaya a toda".

"Raku fue a exhibir su arte a uno de los pueblos en que más desarrollada está la afición a los deportes, cuál es Bilbao; a uno de los pueblos donde más se estima -a tal vez se sobreestima- la fuerza física; a uno de los pueblos donde más pronto y mejor se adoptó en España el fútbol, para lo que les tenía preparado a mis paisanos la afición al juego de pelota".

Unamuno relata que Raku se fue luego de Bilbao a Tolosa y allí luchó en la plaza de toros con dos campeones vascos: el coloso Isidro Olloquiegui Eltzecondo y Ramón Gárate, el luchador de Urrestilla. Raku venció a ambos, pues su técnica profesional anulaba y compensaba su fuerza y lograba derribarlos y atenazarlos en el suelo. Los espectadores pronto comprendieron pero que para derrotar a un sujeto así no caben dilemas ni atenerse a las reglas: "Se le aplasta. Y entonces... se oye una voz terrible que exclama: ¡Pégale!".

Unamuno escribe que "el público, indignado de que aquel hombre menudo redujera a la impotencia a mocetones fornidos y con fama de sansones, cuando parecía que conseguían atenazarle, acababa gritando: ¡Mátale!".

Unamuno no tenía simpatía a Raku, pues consideraba que los siempre correctos modales del luchador japonés escondían la peor soberbia disfrazada de humildad y cortesía, Algo que atribuía a la cultura japonesa, de moda entonces. Pero lo que le preocupaba en verdad era la orientación que el deporte estaba tomando en la sociedad en la que vivía, en la en la que cada vez estaba más clara la tendencia hacia la profesionalización para alcanzar las victorias que demandaba el público. Especialmente los deportes basados en la fuerza física.

Raku con sus victorias y modales educados se hacía antipático al público, pero el verdadero motivo de la irritación de los espectadores contra él era "ver la fuerza bruta abierta y sin dobleces, la brutalidad a que allí se rinde culto sojuzgada por la destreza, por la habilidad, por el arte, por la ciencia al servicio de una fuerza también, Y digo esto porque Raku es, ante todo, fuerte".

"El público se irritaba... por creer que no se debe abusar de la destreza y que en aquello de las llaves había no poco de inhumano; se irritaba va sobre todo y ante todo al ver la pura fuerza, la fuerza bruta vencida por otra fuerza, tal vez menor, pero dirigida con más inteligencia. Protestaba contra la inteligencia".

"Esa protesta la he presenciado muchas veces, y no sin cierta amargura, en mi país natal". Reflexiona Unamuno. "En el fondo, la inteligencia aparece allí como arma prohibida, como algo demoníaco, como una trampa, como un artificio para dominar a todos los sencillos. Hay un culto tal a la sencillez que frisa en culto a la brutalidad".

"Entre el vulgo vascongado será más preferido! el hombre que más violencia y más fuerza pueda sacar de su ánimo y de sus músculos". El modelo contrario al hombre chulo existente entonces en otras regiones españolas, que no precisaba ser fuerte pues maneja la navaja con destreza.

En consecuencia, según Unamuno: "La mujer bascongada admirará a un ejemplar de hombre alto, de espaldas anchas, de pecho erguido, rostro varonil y claro, manos robustas, de pies que pisan fuerte y con verdadera firmeza: un hombre que la pueda levantar a ella en andas y que pueda ser padre de sus hijos y trabajar para sus hijos".

Unamuno nos describe lo que va a ser la representación imaginaria de los vascos en la pintura y escultura del siglo XX. Basta pensar en los lienzos de los Arrue o Arteta, o en las esculturas de Oteiza, Chillida y Basterrechea.

Pero Don Miguel no deja pasar su reflexión sin meter un rejón a los curas: "¿No siente esta mujer" bascongada "un cierto recelo también ante la inteligencia? Sobre todo, cuando se deja guiar demasiado -lo que ocurre con lamentable frecuencia- por el confesor. Porque la inteligencia, es cosa sabida, conduce a la herejía".

Don Miguel se duele de la sociedad vizcaína y vasca que le tocó vivir: "Ese recelo, ese miedo a la inteligencia, hace que en nuestro país pese sobre los espíritus un terrible rodillo nivelador. En pocas partes es más peligroso apartarse de las ideas y creencias comunes, las de sufragio universal, en pocas partes se consienten y se perdonan menos los ataques al sentido común, a ese desgraciado sentido común que de ordinario no sirve más que para ahogar el sentido propio. Y de aquí proviene la singular cobardía que distingue a los hombres inteligentes de mi tierra; su temor a desentonar. Y de aquí ese carácter de apocamiento, de ñoñez, de exagerada parsimonia, que caracteriza a la literatura vascongada y que sugirió a Menéndez y Pelayo aquella terrible expresión de "la honrada poesía vascongada". Si hay quien cree que esto es un elogio, con su pan se lo coma".

Tras este rejonazo a la clase intelectual vasca de su tiempo, Unamuno reivindica su amor a la tierra vasca y remata con una estocada hacia los mitómanos de sus días: "Hace poco, me escribía Zuloaga diciéndome que, en efecto, él se cree tan vasco como el que más, (...) que quiere a nuestro país y a nuestro pueblo, pero sin chocholerías". Empleaba esta voz bilbaina. Y así me ocurre a mí; quiero a mi tierra con delirio, mucho más, acaso, que todos los beocios que la están envenenando, mucho más que los infladores de leyendas y de rencillas, pero la quiero sin "chocholerías...".

"Y por eso me duele el culto a la fuerza bruta acompañado del recelo a la inteligencia".

Termina Don Miguel con una demoledora reflexión final: "Dicen que han invitado a Raku a que vaya a Bilbao y abra allí una Academia de jiu-jitsu. Es mejor que abran una biblioteca".

Naturalmente, no la abrieron.

* Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019