OS creímos eso de que las tecnologías estaban para hacernos la vida más fácil. Y fue cierto durante un tiempo, pero ya no. O no necesariamente. Si algo podemos asegurar es que las tecnologías están para hacer la vida más fácil a quien las posee. Ya no es el cliente a quien hay que satisfacer, sino al consejo de administración, porque lo importante son los beneficios y el resto somos las víctimas propiciatorias. ¿Suena exagerado? Sí, pero es más real que la ingenuidad tecnooptimista, sobre todo cuando las cosas se ponen serias. Piense por ejemplo cómo hace para subir una foto o un vídeo o dejar un comentario en su red social preferida. ¿Recuerda que ha tenido que volver a aprender varias veces cómo hacerlo porque algo que era supersencillo se ha cambiado de sitio, directamente escondido o incluso eliminado? No ha sido casual, no es que la gente que programa esa utilidad se haya vuelto imbécil y no sepa ya hacer las cosas. Tenga por seguro que se hace de forma deliberada porque por encima de la experiencia de usuario está la forma en que se monetiza esa experiencia. Hace decenios nos vendieron que esto venía para ayudar. Pero resulta que cada vez todo es más complejo, requiere más tiempo, nos obliga a ceder más y más derechos y a regalar nuestra identidad y nuestros datos. No es paranoia ni conspiracionismo: es la forma en que se desarrollan actualmente las historias de éxito comercial, que redundan directamente en las personas que ya son las más ricas del mundo y que propician las actividades menos sostenibles y más dañinas para nuestro futuro. Lo malo es que ya no podemos simplemente borrar la cuenta, apagar e irnos al vacío, y no porque seamos adictos sino porque lo necesitamos para poder seguir viviendo nuestra vida. La experiencia de usuario, esa es nuestra condena.