OMO todo lo que rodea a Elon Musk, la compra de Twitter tiene varios puntos de locura en la escala Richter de la sismología empresarial. Musk se hace con el control de la red social porque puede hacerlo y le apetece: "Supera esto, @JeffBezos". Aburrido de proezas espaciales, el magnate traslada la partida al tablero digital, que es lo espiritual de esta época y le sitúa en niveles celestiales a ojos de sus admiradores. Tiene Musk un ejercito de acólitos que suspiran por seguir sus pasos. Entre ellos adolescentes que creen sin mácula de duda que estudiar, formarse de cara al futuro, no es la fórmula del éxito. Según los dogmas de esta fe, hay que cubrir efectivamente las etapas del sistema educativo y acabar una carrera, pero siempre con la atención puesta en las oportunidades que surjan a los lados del camino. Esos golpes de suerte, ideas brillantes o criptoinversiones, son las que elevan al personal a la élite y le permiten tener una casa de millones de euros con un garaje lleno de coches de lujo. Ojalá esa visión del mundo llene Euskadi de emprendedores y de negocios de éxito. Si Musk tiene esa influencia en nuestros hijos, podemos dejar con tranquilidad que siga entretenido jugando a lo suyo, en la Champions de la economía. Que compre Coca Cola o Rusia entera para darse guantazos con Putin si le apetece. Ocurre que Musk parece avanzar por un camino de vanidad digno de la pluma de Proust y todo podría acabar con un emperador al frente de la economía mundial.

Asier Diez Mon